De pronto, la retórica económica se ha visto enriquecida con un nuevo verbo. Tituló La Razón: "El Ejecutivo moviliza 11.000 millones para apuntalar el despegue". Y leí en Expansión: "Canarias movilizará 7.000 millones para modernizar el turismo". ¿Cómo no se nos había ocurrido antes que movilizar era una cosa tan estupenda?
Estupenda se puso doña Soraya Sáenz de Santamaría al hablar de tanta movilización cuando presentó el Plan de Medidas para el Crecimiento, la Competitividad y la Eficiencia, que esta gente que nos gobierna jamás hace planes para cosas malas. Aseguró la señora vicepresidenta que la movilización es para "consolidar la recuperación económica y ampliar sus efectos a todos los niveles". Todos, oiga, todos. A ver quién es el guapo que se atreve a oponerse. Y todo, todo es estupendo: créditos baratos, subvenciones, dinero público a tope. Y, para que no tengamos la impresión de que hay algo en lo que el Gobierno deja de mimarnos, se anunció entonces que el Gobierno procedería a limitar las comisiones de las tarjetas de crédito, para apoyar al comercio minorista. Si es que piensan en todo.
Como siempre, se trata de una espectacular tomadura de pelo. Lógicamente, el Gobierno no puede movilizar nada que no haya removido antes: todos los efectos supuestamente plausibles del gasto público deben contraponerse a los efectos dañinos que dicha redistribución perpetra contra los ciudadanos y empresas que en última instancia la pagan.
Hablando de pagar, lo de las tarjetas de crédito es otro camelo. Presentado como un favor que generosamente hacen las autoridades a los comerciantes, en realidad es un castigo a los consumidores. Como era de esperar, lo primero que dijeron los emisores de esas tarjetas es que si obtienen menos ingresos de los comerciantes compensarán la pérdida aumentando las cuotas que pagan los titulares de las tarjetas. El Gobierno, pues, ha beneficiado a los comerciantes en cada compra pero ha castigado a todos los ciudadanos que tienen tarjetas de crédito, compren o no.
Nada de esto tiene relación alguna con la recuperación económica, que se producirá a pesar del Gobierno y sus reiterados y onerosos castigos a empresarios y trabajadores.
Y los trabajadores son los que quitan el sueño al impar Paulino Rivero, dispuesto también a movilizar lo que sea menester para resolver el 33% de paro que padecen los canarios, la segunda mayor tasa de desempleo de España, después de la de Andalucía. Y con la movilización va a cuadrar el círculo y a hacer frente al reto de Canarias: crear empleo y a la vez potenciar un sector (vamos ¿no lo adivina usted?) "estratégico". Proclamó Rivero:
No hay forma de bajar de forma significativa la tasa de desempleo si no somos capaces de impulsar el sector de la construcción, el único que puede crear puestos de trabajo de manera masiva a corto y medio plazo.
Usted se llevará las manos a la cabeza: ¡estos insensatos quieren promover más la construcción cuando hay cientos de miles de viviendas vacías! Calle, calle, que estos son unos genios. A ver: ¿cómo se moviliza la construcción sin aumentar la oferta de nuevas viviendas? Pues está claro: rehabilitando las viejas. Y así se crea empleo y a la vez se potencia el turismo. ¿No es genial?
Pues no, no es genial, es otro disparate que ignora los costes privados de la movilización pública y pretende sustituir el dinamismo empresarial por la burocracia política a la hora de buscar oportunidades de inversión. Es muy difícil que esto acabe beneficiando a la población.
Está claro que cuando las autoridades hablan de "movilizar" pretenden utilizar la primera acepción de dicha palabra: "Poner en actividad o movimiento". La realidad, empero, se ajusta más a la coacción política y legislativa que implica la clásica segunda acepción, con todo lo que supone de obediencia y sumisión: "Convocar, incorporar a filas, poner en pie de guerra tropas u otros elementos militares".