Han tardado año y medio, pero por fin ha llegado la esperada ley de unidad de mercado. En principio debió estar aprobada y operativa en el otoño pasado, pero las cosas de Soraya van al ritmo de Rajoy, es decir, van lentas y llegan –cuando lo hacen– tarde y mal. Esta ley no podía ser menos. Se aprueba con lo menos nueve meses de retraso, y eso que se hartaron y rehartaron a prometerla durante la campaña electoral. A veces creo que estos piensan que van a estar ahí durante cuarenta años, como Franco, y no que dentro de dos y medio les van a propinar una sonora y merecida patada en el trasero las Chaconas y los Garzones.
En cierto modo estas lentitudes tienen su lógica. Todos son, empezando por Montoro y terminando por los Nadal Brothers, altos funcionarios del Estado, y eso de ser chupóptero de altura es una faena de largo plazo. Uno aprueba la oposición y ya puede estar tirado a la bartola el resto de su vida; de hecho se pasan el resto de su vida tirados a la bartola mirando a sus congéneres con aire de suficiencia mientras, a fin de mes, alargan la mano regordeta y anillada para que sobre su palma el contribuyente ponga un fajo de varios miles de euros. Y así hasta el día en que estiran la pata. Normal que todo se lo tomen con tanta tranquilidad.
El mercado, sin embargo, unido o desunido, es otra cosa bien distinta. Hay que estar alerta permanentemente para que no te deje fuera de juego. El consumidor, a diferencia del contribuyente, no perdona los errores y su exigencia es siempre creciente. Para la mentalidad del funcionario esas servidumbres son algo inexplicable. Ellos están ahí por un privilegio de orden divino y no entienden que, a pesar de ellas, el mundo sigue su curso. Pues bien, los que en España hacen y deshacen a su antojo son funcionarios pata negra. Sabiendo esto de antemano quizá empiece a explicarse el resto. Empiece a explicarse por qué aquí es tan difícil abrir una empresa, por qué dedicamos más horas a pelearnos con la compleja maraña burocrática creada ad maiorem politicastri gloria que a servir a nuestros clientes. Un país así es imposible que prospere.
En este huerto del francés en el que el amo de la Moncloa ejerce de Monipodio, cualquier cosa nos la venden como una liberación. La unidad de mercado sin ir más lejos. La pregunta que hay que hacerse no es qué trae de nuevo, sino es cómo hemos llegado a esto, cómo es posible que la piovra funcionarial haya ocupado cada vez más espacio sin que aquí nadie osase decir esta boca es mía. Durante los últimos cuarenta años hemos asistido a una auténtica orgía reguladora que sólo ha beneficiado, por este orden, a los políticos, a los funcionarios y a los despachos de abogados, que hacen su agosto desbrozando la maleza legislativa.
El hecho es que, por muchas campanas que haga sonar Marhuenda desde la portada de La Razón, la ley de unidad de mercado es un bluf. La idea era buena en tanto desregulaba lo hiperregulado. Pero al final se ha quedado en una rajoyada de manual. Y aquí tenemos que volver al principio. Ha tardado tanto en nacer porque, durante todo este tiempo, sus fautores se han dedicado a suavizarla más y más hasta convertirla en una caricatura de la idea original. Lo de la licencia única, por ejemplo, es puro wishful thinking. La ley deja tantas escapatorias que los sátrapas autonómicos podrán seguir haciendo de su capa un sayo. ¿Y cuáles son estas escapatorias? La famosa licencia única puede esquivarse si la actividad de la empresa afecta “a la salud pública, ocupa un espacio público, bienes de patrimonio cultural o supone un riesgo medioambiental”. Resumiendo, desde el lunes todo afectará a la salud pública u ocupará un espacio público o supondrá un riesgo para el medio ambiente. ¿Ve que fácil se rajoya del derecho y del revés?
Algún empresario se enfadará y tratará de llevar el atropello a los tribunales. Entonces el Estado se defenderá con sus abogados del ídem hasta hacer desistir al infeliz. El político siempre gana, no lo olvide. En el caso que nos atañe ganará por duplicado, porque la ley prevé la creación de un así llamado Consejo Nacional de Unidad de Mercado, una covacha a estrenar para que los mismos que han hecho imposibles los negocios en España se coloquen a cuenta de la protección de los negocios.
Según Soraya que, por si no lo sabía, es abogada del Estado, esta ley es de las que “hacen país”. Y es cierto, hace un país como el nuestro, hecho a la medida de gente como la propia Soraya, un semoviente dedicado en cuerpo y alma a vivir de lo que usted produce después de ponerle dificilísimo eso de producir. En resumen, ni unidad ni mercado. Siento defraudarle… otra vez.