Tras tanto lío de investidura y desvestidura, no olvidemos el retrato que de la izquierda hizo en su despedida el nuncio Renzo Fratini, al declarar que, con su proyecto de exhumar los restos de Franco, el Gobierno había conseguido lo contrario de lo que pretendía: resucitarlo.
Ardió Troya. Carmen Calvo anticipó una protesta formal por la “injerencia…comentarios improcedentes e inaceptables”. Y recurrió a un clásico progresista: afirmó que el Gobierno pretende de revisar los acuerdos sobre la fiscalidad de la Iglesia; por “justicia social”, claro.
El editorialista de El País se puso análogamente estupendo: “palabras fuera de lugar… gesto inamistoso hacia España…La injerencia de monseñor Fratini ha sido tan inexcusable que exige una reparación específica por parte del Vaticano…restaurar la credibilidad de la posición de neutralidad que Roma ha venido manifestando hasta ahora…esa neutralidad resulta extraña cuando se refiere a un dictador que se sirvió de la Iglesia para dar cobertura a una Guerra Civil y una interminable represión”.
Todo este escándalo se debe a que Fratini cuestionó una estrategia habitual en la izquierda: utilizar el pasado para promover una agenda política en el presente. Esto fue lo que molestó, y no ninguna injerencia de Fratini, que intentó mediar y declaró la neutralidad de la Iglesia entre la familia Franco y el Gobierno, subrayando que la Iglesia no se opone al traslado de los restos del dictador. Molestó que haya dicho que “no ayuda a vivir mejor recordar algo que ha provocado una guerra civil”, y que el Gobierno está movido políticamente por “una ideología de algunos que quieren de nuevo dividir a España”. La Razón editorializó: “El problema de interpretar la historia desde una ideología sectaria y con objetivos partidistas es que, en ocasiones, se pasan por alto algunos hechos que no carecen de importancia para quienes se ven forzados a tomar una decisión. Por ejemplo, que durante la Guerra Civil se produjo en zona republicana la mayor persecución religiosa desde Diocleciano y, tal vez, desde la Revolución francesa. Y que, hoy, ochenta años después, la Iglesia sigue canonizando a las víctimas de aquella barbarie”.
Se ha especulado sobre las motivaciones que animaron a Fratini, y qué grado de desavenencias pueden separarlo de un Vaticano que, no lo olvidemos, ya tuvo que desmentir a la señora Calvo. Pero lo que él dijo era verdad.