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Ocupen su localidad

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Los espectadores miran sus billetes, y levantan la mirada para llegar a la butaca correcta. ¿Es esta la fila 9, o es la de atrás? Casi todos han tomado asiento, cuando el telón sube mecánicamente, y aparece, sonriente, triunfante antes de su gran número, el prestidigitador. Político, lo llamamos por estos lares. Después de presentarse ante el público, inicia su número.

Llama al azar a un espectador, a quien le pide que le haga entrega de la factura de la luz. ¿Qué puede hacer con ella?, le pregunta el asistente, ilusionado. Este número es fácil, ha sido mil veces ensayado, y funciona a la perfección. Unas palabras mágicas «progreso, justicia social, llegar a fin de mes…», y ya tiene el público en el bolsillo.

Como por arte de magia, convierte el precio en tarifa, es decir, el resultado de un proceso social, en un juguete para el espectáculo, en algo falso y manipulable. Dice unas palabras mágicas: «Boletín Oficial del Estado», y de inmediato baja la tarifa lo que haga falta. El problema, claro está en que esas tarifas no responden a la realidad del funcionamiento de las eléctricas, y sus ingresos caen más de lo que debieran. Pero ¿no estamos en un número de magia, donde lo que es no se corresponde con lo que parece?

La tensión es máxima. Parece que el espectáculo se va a desplomar en plena función. Las empresas dejan de invertir porque el negocio ya no es rentable. Pero la demanda sigue en alza, y habría que atenderla con más y mejores instalaciones. Se avecina el gran apagón, y paradójicamente con él relucirá la verdad de todo el montaje. Ya pasó en California; también en las gasolineras de Nixon, con colas interminables de depósitos vacíos y con los escaparates, transparentes y vacíos, o en la época de Hitler.

Cuando el público, hechizado, se teme lo peor, llega el golpe maestro del prestidigitador. Mientras todos miraban la mano derecha, con la tarifa rebajada como por ensalmo, con la izquierda ha ido sisándole el dinero a cada uno de los espectadores, y con ese dinero cubre el hueco entre precio y los costes. Déficit de tarifa, que hasta nombre tiene el ingenio. El público se va contento con su tarifa, pero también ha pagado el déficit. Y el ticket del espectáculo.

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