El abuso del espantajo de la desigualdad se ha hecho carne en el pensamiento único (me he ocupado de algunas de sus falacias aquí). Apuntamos la semana pasada que Oxfam, ejemplo habitual de dicho pensamiento, había proclamado que la desigualdad mata.
Esta disparatada afirmación aparece en un informe titulado Gobernar para la mayoría, que clama por más gasto público y más impuestos que "eliminen la desigualdad", que es una "epidemia". Para eso los servicios públicos deben ser… ¡gratuitos!
Por si uno levanta la mano para protestar, Oxfam se apresura a aclarar que lo que pide es "un sistema fiscal más justo que recaude más de aquellos con mayor poder económico (…) incrementando la recaudación sobre los más ricos", que por supuesto nunca define, pero el mensaje está claro: todo va a ser estupendo y lo pagarán… otros.
Para lograr tan benévolo objetivo hay que "luchar contra la desigualdad", es decir, luchar contra las elites, las multinacionales, los paraísos fiscales… pero nunca contra el poder. Al contrario, la desigualdad entre el Estado y sus súbditos no les quita el sueño a los señores de Oxfam: más aún, le dan la bienvenida, oponiéndose a todo lo que sea libre, incluso a las escuelas privadas… si son baratas. Todo tiene que venir de los impuestos y nada con programas "privados u optativos": vamos, que deben ser públicos y obligatorios.
Y si uno persiste en protestar, va la prueba final: "Además, la desigualdad económica pone vidas en riesgo: cada año, solo en los países ricos, mueren 1,5 millones de personas por la elevada desigualdad de ingresos". Esto ya es una cosa muy seria: la desigualdad mata.
La prueba que presentan es el artículo "Income inequality, mortality, and self rated health: metaanalysis of multilevel studies", de Naoki Kondo, Grace Sembajwe, Ichiro Kawachi, Rob M. van Dam, S. V. Subramanian y Zentaro Yamagata. Estos especialistas en salud y nutrición parten de dos ideas asombrosas. Una es la identificación entre desigualdad y pobreza: "Una sociedad muy desigual implica que un segmento sustancial de la población es empobrecido, y la pobreza es mala para la salud"; y la otra es la siguiente:
La desigualdad de rentas afecta a la salud no sólo de los pobres sino también de los ricos (…) por el estrés psicológico derivado de las comparaciones sociales envidiosas así como por la erosión de la cohesión social.
Con estas bases tan disparatadas acometen un metaanálisis, es decir, un análisis de los análisis de otros, referidos en su mayor parte a los países ricos, y concluyen que los estudios demuestran que hay que reducir ya la desigualdad y salvaríamos vidas, "si la relación desigualdad-mortalidad es realmente causal", es decir, precisamente lo que deben demostrar.
Reconocen la heterogeneidad de los estudios, pero no analizan variables tan cruciales como la existencia de Seguridad Social, los mercados de trabajo y la inmigración. Al final admiten que la desigualdad puede deberse a muchas causas, y que el índice Gini resume la distribución independientemente de su forma, de manera que
un Gini elevado puede ser el resultado de un elevado número de individuos muy ricos o de individuos extremadamente pobres.
En resumen, como suele suceder, detrás de las consignas alarmistas que reclaman más y más usurpaciones de la libertad hay más entusiasmo que razones.