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Periodismo disperso en Gran Bretaña

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Scott Burgess disecciona habitualmente en su bitácora Daily Ablution la prensa británica de izquierdas; desde el prestigioso The Independent a The Guardian, órgano de agitación de la izquierda albionita. Un día lee un artículo de correctísima observancia progre, ya que reprendía a los lectores que se hubieran sorprendido por los bombardeos de Londres, ya que esa actitud “sugeriría que… ocurrieron sin ninguna responsabilidad por nuestra parte”. Las víctimas son culpables del crimen si pertenecen a Occidente, como manda la letanía izquierdista. Lo habitual. Los islamistas que, como los terroristas de Londres, llevan varias generaciones en Inglaterra, son de acuerdo con el autor, Dilpazier Aslam, “sassy” (impertinentes, descarados) con sus opiniones. Y pese a haber nacido en Inglaterra, su verdadera patria es el islam, a quien deben obediencia.

La indignación de Burgess por el descaro del Guardian le llevó a investigar algo más sobre el joven articulista, y le encontró en Hitz Ut Tahrir, una secta islámica que se ha dedicado a prodigar el odio hacia los judíos, o a amenazar de muerte a líderes políticos, como el laborista George Galloway, acusándole de “falso profeta” y “apóstata”. Dilpazier Aslam apoya la creación de un Estado islámico mundial y justifica el uso de la violencia. The Guardian había contratado un miembro de una organización sectaria y que odia a los judíos como bandera, para volcar su ominosa visión del mundo, sirviéndole de portavoz. Pero, ¿sabía el diario de dónde procedía su joven promesa? Eso mismo le preguntó, sin respuesta, Scott Burgess.

Es un caso más, el último, en el que se pone de manifiesto que los medios de comunicación están vigilados por miles de personas que pueden poner en negro sobre blanco. El poder de los medios no es ya el de antes. Pero como en otros casos, lo descubierto por Burgess no ha adquirido relevancia hasta que es otro medio de comunicación, The Independent en este caso, quien recoge el hecho.

Los medios de comunicación no están todavía hechos a las servidumbres de convivir con un periodismo disperso, al cargo de muchos escritores y lectores, que ha convertido a la noticia en una conversación con múltiples voces. El propio Guardian siguió publicando sus artículos, mientras otros bloggers seguían el caso, aportando nuevos datos, o simplemente contando los detalles del caso. El asunto salta a los medios de comunicación y la situación de Dilpazier Aslam se ha hecho insostenible, hasta que ha sido despedido por el periódico. Scott Burgess adelantó que el editor de información del periódico, Albert Scardino, había dimitido por el asunto. El periódico ha reaccionado echando pestes de los bloggers, pero debería preguntarse cómo un grupo islamista radical ha podido colocarle un portavoz. Debería plantearse qué tiene su visión del mundo y de la corriente de la información para que pueda multiplicar la voz de un órgano de odio a los judíos y a Occidente.

El caso de Dilpazier Aslam es solo la última constatación de que el periodismo disperso ha diluido el poder de los medios. Pero hasta el momento a lo único que llega es a corregirles, no a acompañarles como fuente original de información. Quizás no sea esa su función, pero es posible que el periodismo disperso esté solo descubriendo a tientas su verdadero papel.

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