Lo que nadie dudaría es que un sector como el de la alimentación está mucho mejor gestionado por la interacción libre de empresarios y consumidores que por los antojos y las creencias de un presidente de gobierno. Dirigido desde arriba, el sector de la alimentación produciría lo que resultó ser la desesperación del bloque comunista: colas en los supermercados, mala calidad alimenticia y precios exorbitantes si uno quería comer algo distinto a lo que el planificador le proponía.
Si eso es así con un mercado como el de los alimentos, imagínese qué ocurriría si el presidente decidiera planificar un mercado extremadamente complejo como el energético. Zapatero, que no le hace ascos a ningún reto intervencionista, ha anunciado que planificará el mercado de la electricidad y la energía durante las próximas dos décadas. Para hacerlo con un mínimo de sentido, el líder socialista debería conocer, como mínimo, las distintas necesidades energéticas que habrá en la España de cada uno de los años que van de aquí al año 2030, las diferentes formas de producción de energía, las ventajas comparativas y los futuros desarrollos tecnológicos de cada una de ellas y las preferencias del consumidor en cuanto a las características del suministro. Gran parte de esa información es marcadamente subjetiva y tendrá que ser desarrollada por personas que a día de hoy no saben cuáles van a ser sus preferencias el día de mañana. Ni siquiera un gran experto en energía podría planificar este sector de una forma socialmente satisfactoria y mucho menos un presidente que ha dado sobradas muestras de su ignorancia en esta materia.
Sin embargo, a Zapatero no le gana nadie cuando se pone chulo y ha advertido que en cuestiones como el cierre de las nucleares o su despilfarro de miles de millones en subvencionar las renovables "nada ni nadie va a afectar a una decisión del presidente del Gobierno". El hombre lo tiene muy claro. El futuro energético de nuestro país consistirá en hacer casi imposible el desarrollo de energías como la nuclear o la del carbón, dificultar otras como la del petróleo y fomentar con impuestos y déficit tarifario las carísimas energías renovables.
Hasta ahora Zapatero ha cumplido todas sus promesas energéticas y no me cabe la menor duda de que tratará de cumplir también ésta. Si nadie se lo impide, los españoles estaremos en unos años pagando la electricidad más cara del mundo, su calidad será pésima (porque dependerá de factores meteorológicos) y la deslocalización empresarial será aún más intensa que en la actualidad. Nuestra industria energética se parecerá a lo que fue la industria alimenticia socialista marcada por el desabastecimiento y el elevado coste en un entorno de nula libertad tanto para empresarios como para consumidores.