Beatriz Talegón, secretaria general de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas, publicó en El Plural un interesante artículo titulado "Deslegitimar la política es la política de mercado". Denuncia una siniestra campaña de "deslegitimación de la democracia" y advierte:
¿Qué pasaría si nadie participase en política? Sencillo: la especulación, el libre mercado se encontrarían en su hábitat ideal.
Ante ese temible escenario que aspira a "terminar con los derechos colectivos" mediante la manipulaciones de los medios, "que también responden en la mayoría de los casos al interés del mercado, donde el que paga, manda", doña Beatriz nos invita a defender la libertad, que define así:
La libertad de elección que se fundamenta en la igualdad de oportunidades, fruto de pactos sociales donde el Estado, a través de las normas nacidas de un poder legislativo elegido por la ciudadanía, debe garantizar por encima de todo el bienestar de sus ciudadanos.
Tiene mucho talento la destacada política socialista para resumir dos importantes facetas del totalitarismo.
Primera, la paranoia. Estamos perseguidos por unos malvados, que son los mercados. Cualquier régimen despótico que usted pueda imaginar ha cultivado siempre el temor a un extraño y temible invasor. El objetivo es paralizar al ciudadano y prepararlo para que acepte mayores dosis de coacción, que, después de todo, deberá saludar porque son la mejor alternativa frente a ese tremendo enemigo. A ese objetivo colabora la clásica desvalorización de la persona libre, que en realidad está manipulada por los medios, lo que es una razón de más para que no se resista a la coacción política y legislativa.
Segunda, la mentira. El mercado es privado de su característica principal, que es la libertad; en efecto, según la señora Talegón, el mercado, que es donde podemos elegir qué hacer con nuestra propiedad, es un sitio espantoso donde prima la "especulación". La mejor alternativa, asegura, es la "democracia", donde las elecciones colectivas se imponen a los derechos individuales. De ahí que no diga ni una palabra de esos derechos, como si no existieran, y sólo subraye el peligro que se cierne sobre los derechos "colectivos".
La colectivización y negación de la elección individual ha sido siempre disfrazada por los totalitarios apelando a la democracia: recordemos, cuando había dos Alemanias, cómo se llamaba la Alemania donde los ciudadanos no podían elegir. La imposición política es siempre ocultada transfiriéndole sus defectos a la alternativa. Veamos cómo define doña Beatriz esa alternativa espeluznante: "El mercado, donde el que paga, manda".
Todo el mundo entiende esto: el que paga, manda. Lo inteligente del mensaje antiliberal es, como siempre, el escamoteo de su alternativa. ¿En el mercado, el que paga, manda? ¿Y qué pasa cuando no hay mercado? Según la retórica antiliberal, parece como si, en ausencia del perverso mercado, no mandara nadie. Ese el truco: ocultar la realidad de la política, que ha crecido precisamente a expensas del mercado y los derechos de los ciudadanos, y donde la coacción está siempre presente, y es paradójicamente saludada cuando es lo contrario del mercado. En el mercado el que paga, manda. En el Estado, el que cobra, manda.
La idolatría de la coerción se corona cuando sus propiciadores o ejecutores alegan que lo que hacen no es mandar, no es coaccionar, no es imponer. Lo que hacen es lo contrario: ellos representan la libertad, nada menos. Obviamente, para colocar una mercancía tan averiada hay que desfigurarla, y ese es el final del artículo, que asegura que la libertad no es un derecho de cada uno de nosotros, sino que depende totalmente de la política: nuestro único papel es votar, y nada más. Benjamín Constant llamaba a eso la libertad de los antiguos, y defendía, en cambio, la de los modernos, que no estriba en participar en la política sino en que la política no usurpe los derechos individuales.
Doña Beatriz Talegón está enraizada en la antigüedad: el ciudadano participa, pero su libertad no trasciende esa participación, porque depende de la igualdad, no la igualdad ante la ley, sino la igualdad mediante la ley, la llamada "igualdad de oportunidades" que, por supuesto, es sólo comprensible como igualdad de resultados impuesta por el poder.
Para que quede más claro, doña Beatriz va y lo dice: su libertad sólo es "fruto de pactos sociales". Obviamente, si su libertad de usted no es suya sino fruto de un pacto social, otro pacto social se la puede arrebatar. Y se la arrebatará con tanta más facilidad si el Estado no debe proteger su libertad sino, como concluye doña Beatriz de manera impecable, su "bienestar".
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