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Pollos y gallinas

Publicado en Libertad Digital

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Aquí hay varias cuestiones básicas que merecen la pena ser recordadas. Todo el mundo quiere vender caro y comprar barato. A la gente le cuesta enormemente pujar para comprar más caro y vender más barato. No sé si será genético, cultural o el resultado de seres racionales interactuando en un entorno de escasez. Incluso me atrevería a apostar que Berenguer prefiere cobrar más que menos y pagar menos por su casa que pagar más.

La cuestión de fondo es por qué suben los precios de los alimentos básicos. Según Berenguer, podría deberse a las declaraciones de empresarios y directivos del sector alimenticio. Es lo que algunos economistas llaman actos focales. Vamos, que esas personas tratan de focalizar la atención sobre unos productos determinados para aumentar la demanda y subir el precio. Señor mío, esto es lo que tratan de hacer todos los empresarios, y con mucha razón. Pero si para subir el precio de los alimentos bastara con gritar "¡ay, cuánto me temo que tendremos que subir los precios!", viviríamos remando en el río de los lloriqueos. Si los actos focales funcionaran automáticamente, todos los empresarios los llevarían a cabo a diario. El problema sería que no todos los precios podrían aumentar. Si la gente gasta más en patatas, tendrá que gastar una porción menor de su renta en otros bienes focalizados.

Biocombustibles

Ocurre, sin embargo, que casi todos los precios suben. Unos más que otros, claro. El pollo suele ser culpado cada trimestre de provocar inflación. En realidad, las culpables son las gallinas: aquellos que quitan poder adquisitivo al dinero con el que todos salimos adelante y no se atreven a dar la cara ante la ciudadanía. Me refiero a los políticos y sus burócratas. Los precios no paran de subir porque nuestras gallinas no paran de darle vueltas a la maquinita de hacer dinero. Además, han disparado el coste de la producción alimenticia subvencionando los biocombustibles.

Bajo esas circunstancias, los empresarios hacen lo que pueden para no hundirse con el valor de la moneda envilecida y la subida artificial de los costes. El colmo de la perversión política es amenazar a los políticos por tratar de salvarse de la quema orquestada desde el Banco Central y el Ministerio de Medio Ambiente. Y tiene gracia que quienes ostentan el monopolio de decidir quién ejerce acciones monopolísticas culpabilice a los castigados empresarios del sector alimenticio. ¿Será ésta una actuación focal de Berenguer?

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