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Por la prohibición del taxi

Publicado en Libertad Digital

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Los madrileños hemos demostrado que podemos vivir sin taxis y que, de hecho, vivimos mejor sin ellos.

Andrew Galambos, un activista de origen húngaro que tuvo cierta influencia en el movimiento liberal estadounidense, dijo una vez que «un atasco de tráfico es una colisión entre la libre empresa y el socialismo. La libre empresa produce automóviles más rápido que el socialismo carreteras y capacidad circulatoria». Se quedó corto. Estos últimos días en Madrid hemos podido ver que una parte de los atascos que sufrimos sus habitantes son debidos a otro tipo de colisión: el libre mercado ha creado una forma mucho más eficiente de transporte urbano a través de aplicaciones como Uber y Cabify mientras que el socialismo se empeña en sostener el viejo sistema de tener un montón de coches con luces y pintados de forma peculiar circulando continuamente en busca de clientes que levanten la mano.

No me entiendan mal: las luces, la pintura y el taxímetro con precios fijos fueron grandes innovaciones en su día para atender a quienes querían moverse rápido por la ciudad y no tenían o no querían usar un vehículo propio. Y posiblemente sigan teniendo un hueco dentro de la oferta de transporte de cualquier ciudad, del mismo modo que las agencias de viajes han ocupado un nicho concreto de mercado o los CD una pequeña parte de la oferta musical. Al menos hasta que lleguen los coches autónomos, a los que no les queda mucho tiempo para acabar con ellos y con los chóferes. Pero parece claro que su número es excesivo, o lo es al menos de la forma en que están regulados.

La circulación en Madrid parece estos días la de agosto gracias a la ausencia de los taxis. Lo explica El País: en cada turno un taxi hace más de 200 kilómetros, unas diez veces más que un coche privado, y algo más de la mitad de ese recorrido van vacíos buscando clientes. Mientras, los madrileños hemos disfrutado de una ciudad con menos atascos, ya sea a través de nuestro vehículo privado, de los VTC, de las flotas de coches de alquiler tipo Car2go o del transporte público. Una buena parte de quienes utilizaban el servicio del taxi no volverán a hacerlo después de la huelga. Pero los taxis seguirán circulando vacíos aún más tiempo ante la mayor escasez de manos levantadas. Si al ayuntamiento de Carmena le preocupara de verdad la contaminación no atacaría tanto al coche privado, que al fin y al cabo está transportando a su destino al menos a su conductor, e iría a por el taxi, que no sólo circulan sin llevar a nadie a donde quiere ir, sino que ralentizan al tráfico provocando más emisiones por parte de los demás vehículos.

Los últimos años he defendido una solución que ahora se ha popularizado como la vía australiana: indemnizar por la pérdida de valor de las licencias como una suerte de costes de transición a la competencia y desregular casi por completo el transporte urbano. Pero las salvajadas de esta huelga, sus reivindicaciones buscando perjudicar a sus clientes, los insultos a clientes de VTC y periodistas, las pedradas y hasta perdigonazos a los vehículos que denominan despectivamente «cucarachas» me han llevado a la conclusión de que estamos ante un gremio que no merece que se les pague ni un duro de dinero público. Si se hipotecaron para comprar una licencia, pues peor para ellos. También mucha gente lo hizo para comprar un piso en la burbuja y, como es lógico, nadie les ha subvencionado las pérdidas. La libertad es eso: aciertas y disfrutas de los beneficios y te equivocas y pagas las consecuencias. Sin responsabilidad no puede existir libertad.

Los taxistas se han empeñado con este cierre patronal en poner grilletes a sus competidores, cuando lo que les hace falta es que se les permita competir en igualdad de condiciones. Por ejemplo, apps como MyTaxi no tienen tanto éxito como Uber o Cabify entre otras cosas porque por regulación no pueden ofrecer un precio fijo por trayecto. Pero si convirtieran el taxímetro en un precio máximo ese problema desaparecería. No pocas de las obligaciones de los taxistas son producto de un momento tecnológico ya anticuado y podrían eliminarse. Y si no quieren, pues es bien sencillo: que se les prohíba circular. Los madrileños hemos demostrado que podemos vivir sin taxis y que, de hecho, vivimos mejor sin ellos.

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