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¿Por qué a la extrema izquierda le entusiasma Bolivia pero aborrece a Chile?

Publicado en El Confidencial

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Los bolivianos son mucho más pobres que los chilenos, con independencia de qué estrato social analicemos.

A la extrema izquierda le desagrada profundamente el sistema económico chileno: en su imaginario, Chile representa la punta de lanza del neoliberalismo, de la hiperprivatización de los servicios públicos en perjuicio de las personas más pobres y necesitadas. Aquel mercado que no esté controlado, tutelado y dirigido por el Estado solo consigue que los ricos se vuelvan cada vez más ricos y los pobres, más pobres. En este sentido, las recientes revueltas en el país andino parecerían dar la razón a ese diagnóstico sobre el pésimo ‘modus vivendi’ de las clases populares del país: los estratos más bajos de la sociedad han estallado y han dicho basta a un sistema radicalmente injusto y que solo perpetúa las desigualdades.

Tal juicio podría contar, al menos, con una aparente coherencia interna si no fuera porque esa misma extrema izquierda que deplora el modelo chileno por la situación en la que se hallan los colectivos más desfavorecidos siente simultáneamente admiración por otros modelos hispanoamericanos como el de Venezuela (al menos hasta su desmoronamiento atribuido erróneamente al bloqueo estadounidense) o en la actualidad el de Bolivia. Pero ¿realmente la situación de los pobres bolivianos es preferible a la de los pobres chilenos?

Empecemos por ofrecer una panorámica general del país: el chileno medio es mucho más rico que el boliviano medio. En concreto, la renta per cápita de Chile en 2018 ascendía casi a 23.000 dólares internacionales (con poder adquisitivo de 2011), mientras que la del boliviano medio alcanzaba los 7.000. O expresado con otras palabras, los chilenos, en promedio, son más de tres veces más prósperos que los bolivianos (recordemos que los dólares internacionales ya están ajustados por los diferenciales de poder adquisitivo y por tanto son directamente comparables entre sí).

Por supuesto, la réplica más común ante tan incontestables datos de renta per cápita es que, al final, lo que cuenta no es la magnitud, sino cómo se halle distribuida: que en promedio el chileno disfrute de muchos más ingresos que el boliviano apenas podría significar que los chilenos ricos son muchísimo más ricos que los bolivianos ricos aun cuando, en cambio, los pobres chilenos viven bastante peor que los pobres bolivianos.

Pero no. De entrada, la desigualdad en Chile y en Bolivia resulta bastante parecida: el índice Gini de Chile es de 0,466 mientras que el índice Gini de Bolivia es 0,44. Es decir, la distribución de los ingresos en Bolivia es un poco más igualitaria que en Chile, pero las diferencias son marcadamente insuficientes como para que una renta per cápita más de tres veces superior en Chile no influya positiva y diferencialmente sobre los pobres chilenos.

De hecho, si el índice Gini de Bolivia es un poco más bajo que el de Chile, no es porque los pobres chilenos se queden con una porción más pequeña del PIB que los pobres bolivianos, sino porque las clases medias bolivianas se quedan con una porción algo más grande del mismo que las clases medias chilenas. No en vano, el porcentaje de la renta nacional que va a parar al 20% más pobre de Chile (5,2%) es superior al porcentaje de la renta nacional que va a parar al 20% más pobre de Bolivia (4,1%).

Es decir, que los pobres chilenos se quedan con una porción mayor de una tarta que es el triple de grande que los pobres bolivianos. Si la tarta de Chile tomara un valor 100, la tarta de Bolivia tomaría un valor de 30,5; por tanto, los pobres chilenos amasarían una renta de 5,2 frente a los pobres bolivianos que apenas lograrían 1,25 (4,1 veces menos que los pobres chilenos).

Esta superior posición de los pobres chilenos frente a los pobres bolivianos se observa con claridad en las estadísticas de tasa de pobreza. Tomando un umbral de pobreza de 1,9 dólares diarios (de nuevo, dólares internacionales ajustados por el diverso poder adquisitivo de cada país), el 5,8% de la población de Bolivia todavía sería pobre, frente al 0,6% de Chile.

Si elevamos un poco ese umbral, descubriremos que el 11,8% de la población de Bolivia todavía subsiste con menos de 3,2 dólares diarios, frente al 1,8% de Chile.

Y, finalmente, si fijáramos ese umbral en 5,5 dólares diarios, la tasa de pobreza en Bolivia ascendería hasta el 24,7% frente al 6,4% de Chile.

En definitiva, los bolivianos son mucho más pobres que los chilenos, con independencia de qué estrato social analicemos. Proclamar que la situación socioeconómica de los segundos es del todo insostenible mientras que la de los primeros es la envidia del resto del Continente no deja de ser pura propaganda sin fundamento alguno en la realidad. Cuando la extrema izquierda aplaude a Bolivia y desprecia a Chile no lo hace porque le preocupen los pobres, sino por puro sectarismo ideológico que instrumenta a los pobres.

Lo anterior, claro, no significa que Chile carezca de problemas: en una sociedad tan desigual como la chilena (aunque se trate de un nivel de desigualdad similar al del resto de Hispanoamérica y aunque esa desigualdad se haya reducido significativamente en los últimos 30 años), la tentación de organizarse políticamente para apropiarse de los recursos ajenos es muy grande, sobre todo cuando el crecimiento económico no acompaña. En entornos de juegos de suma cero (sin crecimiento) las personas tienen fuertes incentivos a recurrir al pillaje; solo en entornos de juegos de suma positiva en los que todas las partes pueden enriquecerse a la vez, los incentivos al pillaje disminuyen (sobre todo si el pillaje puede impactar negativamente sobre el crecimiento). Por desgracia, el PIB chileno lleva varios años estancado: es la frustración con esa parálisis la que provocó la derrota de Bachelet y ahora la masiva movilización contra Piñera. En ese escenario de no crecimiento es cuando el pillaje se vuelve progresivamente más atractivo, sobre todo si es alimentado por la propaganda venenosa de la extrema izquierda. Pero un pillaje más agresivo no traerá más sino menos crecimiento: y ése es el auténtico problema pendiente de Chile que una clase política más preocupada por sobrevivir que por servir no tiene ninguna intención de afrontar.

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