El salón de actos del Círculo de Bellas Artes estaba desangelado, con las filas centrales ocupadas en su mayor parte por políticos socialistas, aunque en honor a la verdad hay que añadir que también se dejaron ver por el lugar algunos rostros juveniles de artistas que están comenzando en la profesión como Rosa León, comunista y autora del megahit Debajo un botón ("debajo un botón, ton, ton, del señor Martín, tin, tin, había una subvención, ción,ción, de Leire Pajín, jin, jin").
El que Leire Pajín exija a sus empleados del artisteo que vuelvan a hacer la astracanada de tocarse la ceja pidiendo el voto para el PSOE es algo normal que, además, entra en su sueldo como dirigenta del partido. También lo es en el caso de la nueva ministra de Cultura, si bien en menor medida dado que hasta hace unos meses estaba al otro lado del mostrador trincando subvenciones en lugar de repartirlas (un poquito de decoro, Sinde, por favor). Pero lo que sorprende es el argumento empleado por ésta última para reclamar que, además de pagar vía impuestos un sobreprecio estratosférico por el trabajo de "las gentes de la cultura", cuyas obras apenas interesan a nadie, los españoles lo hagamos también con entusiasmo.
Según González-Sinde refiriéndose a los artistas de la subvención, "quien tiene ideas limpias no falta el respeto a los trabajadores, no insulta a los artistas, no es intolerante; defiende siempre a quienes se esfuerzan, a los creadores, defiende con verdadero patriotismo nuestra cultura". Sin embargo son sus protegidos los que insultan a quienes no piensan como ellos en materia política ("derecha cerril y reaccionaria" a la que hay que aislar mediante "un cordón sanitario"), ellos quienes faltan el respeto a los trabajadores cuyos bolsillos esquilman anualmente y ellos, finalmente, quienes hacen gala en su proceder diario de una absoluta intolerancia hacia los que, a diferencia suya, tenemos una idea decente de la vida.
En cuanto al patriotismo esgrimido por la ministra como razón última para apoyar a sus excolegas, resulta pintoresco que se reclame ese hemipléjico amor a la patria para pedir dinero con destino a unos cineastas y otros creadores que jamás utilizan ese concepto en sus obras, excepto para ridiculizarlo como un anacronismo propio únicamente de fascistas encubiertos.
Por eso cuando oigo a un progre hablar bien de la patria inmediatamente me cambio la cartera de bolsillo. Espero que no me lo tomen a mal; es sólo por precaución.