Bueno, pongámonos en el caso más extremo posible: la legislación laboral de un país impide que la gente pueda trabajar y, de repente, un Ejecutivo medio sensato opta por derogar ese liberticida mandato. ¿Cree usted que esa reforma laboral crearía empleo? Parece evidente que sí, y que lo haría además en grandes cantidades.
Claro que cualquiera podría objetar, con razón, que el anterior constituye un supuesto muy poco realista y en absoluto aplicable a nuestras sociedades. Bien, modifiquemos un poco ese extremo caso: consideremos una paupérrima economía donde el Gobierno decreta que nadie puede contratar a otra persona por menos de 5.000 euros mensuales (o cualquier cuantía superior a la riqueza esperada que pueden llegar a fabricar los distintos trabajadores); o consideremos otra economía deprimida y con unas perspectivas muy inciertas donde los elevadísimos costes del despido hayan convertido en una actividad de altísimo riesgo el contratar a personas de las que, muy probablemente, haya que prescindir en el futuro cercano; o consideremos una economía muy dinámica donde los empresarios se ven empujados a reconfigurar cada poco tiempo sus planes de negocio –trasladando los factores productivos desde unas áreas a otras de su empresa– pero donde la legislación laboral impide cualquier mínima movilidad interna del trabajador; o consideremos, en suma, cualquier economía donde las leyes laborales entorpecen de un modo apreciable la habilidad empresarial de tejer nuevos planes de negocio, ya sea imponiendo costes artificiales o cercenando gran parte de la productividad de esos planes.
En todos estos casos, una reforma laboral crearía empleo por la sencilla razón de que planes empresariales que antes no eran viables pasarán a serlo y, por tanto, algunos de los individuos con vocación empresarial que antes se quedaban de brazos cruzados o que ni siquiera se planteaban la posibilidad de dirigir una empresa, pasarán a hacerlo. El capitalismo es un sistema de cooperación social que funciona a través de la coordinación interpersonal impulsada por planes empresariales en competencia: restringir legislativamente la cantidad de planes empresariales factibles –por ejemplo, a través de draconianas normativas laborales– equivale a restringir el adecuado funcionamiento del capitalismo y, por tanto, de la creación de riqueza y del empleo. Piénselo un momento: si a un excelente nadador le atamos de pies y manos y lo lanzamos al mar cerca de la orilla, ¿cree que será capaz de salvarse? No. ¿Tendría sentido que alguien afirmara que el problema de ese nadador no son las ataduras, sino que no dispone de manguitos o de una bombona de oxígeno y que, por consiguiente, de nada serviría quitarle las ataduras? Evidentemente, no.
Por supuesto, alguien podría sostener que la reforma laboral es una condición necesaria pero no suficiente para crear empleo, que junto con ella deben darse otras imprescindibles condiciones como un más laxo acceso al crédito o un incremento generalizado del gasto; a saber, que si el nadador se encuentra muy alejado de la orilla o si tiene unas intensas dolencias estomacales, tampoco podrá salvarse por mucho que lo desatemos.
Y sí, obviamente nadie sostiene que la única causa de una crisis económica y su único paliativo sea una profunda liberalización laboral: si los bancos están medio quebrados será menester que se saneen; si el Estado se encuentra al borde de la insolvencia deberá ajustar su presupuesto; si existen otros mercados relevantes tan o más regulados que el laboral (como podría serlo el energético) habrá que proceder a su flexibilización, etc. Ahora bien, una cosa es sostener que una liberalización del mercado de trabajo no será capaz por sí sola de recolocar a todos los parados y otra, muy distinta, que no será capaz por sí sola de recolocar a ninguno de ellos.
¿Puede una reforma laboral ser condición suficiente para que muchos parados puedan encontrar un empleo? Sí, y ello aun cuando coincida con una restricción del crédito o del gasto dentro de la economía.
Primero, es verdad que las contracciones del crédito pueden ser devastadoras para un tejido empresarial que se haya acostumbrado a vivir y a funcionar merced a ese crédito, y es verdad que, mientras la sequedad de esa fuente de financiación continúe, muchos empresarios serán incapaces de invertir y de crear empleo por mucho que la reforma laboral les haya permitido descubrir nuevas y atractivas oportunidades de negocio. Ahora bien, no pensemos que el crédito es la única forma en la que se financian los proyectos empresariales y la creación de nuevo empleo; las empresas existentes que siguen ganando dinero (que siempre las hay, incluso en una crisis económica) disponen de una importante fuente de autofinanciación: sus propios beneficios. Las corporaciones asentadas, grandes o pequeñas, tienen la capacidad de expandir sus operaciones merced a la reinversión de sus ganancias, y un paso decisivo para ello puede ser una liberalización laboral que permita ajustar a la realidad las condiciones del mercado de trabajo. En resumen, sin crédito y sin reforma, nadie se lanzará a crear empleo; sin crédito y con reforma, parte de las compañías existentes y con beneficios pueden llegar a hacerlo. ¿Que aun así será insuficiente para recolocar a todos los parados? Es muy probable, pero al menos lograremos que una parte del tejido empresarial amplíe su producción y genere empleo.
Segundo, la tan extendida milonga keynesiana de que sin aumentos del gasto –o sin crecimiento del PIB– no es posible crear empleo debe ser descartada por entero. Sin duda, se trata de un argumento muy del gusto de la izquierda ("si no crecemos, de nada servirá la liberalización del mercado laboral; y si crecemos, no será necesaria"), pero no por ello deja de ser un argumento falaz. Recordemos que el PIB puede interpretarse tanto como lo que una economía gasta cuanto como lo que una economía produce. Dicho de otro modo, producción y gasto son dos caras de la misma moneda: no puede gastarse aquello que no se produce y no tiene sentido producir aquello que no desea gastarse. Sólo existe un modo de gastar hoy sin tener que producir hoy: mediante el endeudamiento (gastamos más en el presente a cambio de desprendernos de parte de nuestra producción futura). Pero si una economía tiene la vía del endeudamiento cerrada (por ejemplo, por hallarse en medio de una crisis causada por el exceso de endeudamiento previo), sólo podrá aumentar el gasto en la medida en que aumente su producción.
¿Y de qué depende la producción? Pues de dos elementos: de la cantidad de factores productivos dedicados a fabricar bienes y servicios y de la productividad de esos factores productivos. Dado que a corto plazo los aumentos generalizados de la productividad son muy complicados (es necesario ahorrar e invertir en bienes de capital que sean tecnológicamente más punteros o que se complementen sinérgicamente con otros ya existentes), la única forma de incrementar la producción, y por tanto el gasto, es incorporando a más factores dentro del tejido empresarial. O dicho de otro modo, en medio de una crisis económica, la creación de empleo no provendrá a corto plazo de un aumento del gasto, sino que en todo caso el aumento del gasto (de la producción) será consecuencia de la creación de empleo.
Es muy sencillo de entender: los individuos pueden gastar en función de sus ingresos y esos ingresos dependen de su producción. Si la reforma laboral permite que una parte de planes empresariales que antes no eran viables pasen ahora a serlo, todos los individuos implicados en esos planes (accionistas, trabajadores, proveedores, etc.) verán aumentar sus ingresos y podrán, por tanto, incrementar sus gastos (lo que rentabilizará la creación de empleo en otras partes del aparato productivo). La reducción del paro no será consecuencia del crecimiento del PIB sino al revés.
En definitiva, una reforma laboral que liberalice en profundidad el mercado de trabajo sí puede por sí sola generar empleo, sobre todo cuando procedamos de una situación de enorme rigidez previa que limitaba en mucho la coordinación empresarial. Evidentemente, su contribución positiva a la creación de riqueza y de puestos de trabajo puede verse total o parcialmente contrarrestada por otras circunstancias adversas dentro de la economía, como podría serlo una contracción muy severa del crédito, una catástrofe natural o una súbita obsolescencia de parte de su producción. La cuestión es que la reforma laboral no contribuye a desatar ninguna de esas circunstancias adversas y, por tanto, en el peor de los escenarios posibles, minimizará o compensará la destrucción de empleo originada por otras causas (facilitando, por ejemplo, la ejecución de nuevos planes de negocio dentro de aquellas empresas que puedan autofinanciarse). En un escenario no catastrófico, incluso cuando concurra estancamiento, una liberalización profunda del mercado laboral sí puede ser capaz de incrementar por sí sola el nivel de ocupación, aun cuando no vaya a solventar todos los desajustes de esa economía y, por consiguiente, a eliminar todo su desempleo.