Y es eso lo que explica que la censura pueda actuar en varios países democráticos del Viejo Continente sin que suponga un escándalo. Puede ser cierto que Manhunt2 contenga una violencia gratuita excesiva, hasta grados de sadismo, pero eso no implica que su prohibición en Inglaterra, Irlanda e Italia esté justificada.
Al margen de los responsables de Amnistía Internacional, que debe de estar celebrando una medida que cuadra con sus deseos de censura en el sector, los europeos deberían protestar por una política que atenta gravemente contra su libertad. La violencia excesiva no es una excusa válida para sumir a los videojuegos en una situación que recuerda a los índices de libros prohibidos de siglos pasados o a las restricciones a las proyecciones de películas propias de sistemas dictatoriales. Una cosa es que una empresa decida libremente retirar un título del mercado por las justificadas protestas de una madre que perdió a su hijo de una forma especialmente traumática. Otra muy diferente es sea el Estado quien marque qué es tolerable para la población.
Los adultos deben decidir libremente con qué videojuegos entretenerse, al igual que hacen con los libros, el cine o la televisión. Y sobre los niños, se pongan como se pongan algunos supuestos defensores de los derechos humanos, es responsabilidad de los padres controlarles en estos terrenos. Lo realmente terrible es que en lo referido al software del entretenimiento gran parte de los ciudadanos europeos están dispuestos a admitir sin problema una cesura que no tolerarían en otras materias.
Casi nadie admitiría que se prohibieran películas con un alto contenido de violencia. Ejemplos sobran, y en algunos casos se trata de filmes considerados por crítica y público como excelentes. Pensemos, entre otros, en La Naranja Mecánica, La Chaqueta Metálica o La Cruz de Hierro. En todas ellas el espectador puede ver muertes violentas y escenas de un sadismo explícito innegable. Lo mismo ocurre en literatura. Numerosos libros contienen descripciones muy gráficas de asesinatos y otro tipo de muertes muy sangrientas. Sin embargo, se venden libremente en librerías de todo el mundo democrático. Se entiende, y de hecho es así, que la libertad de expresión es fundamental y no debe ser cercenada.
Pero con los videojuegos no ocurre lo mismo. Demasiadas personas están dispuestas a admitir sin problema alguno que el Estado le recorte su libertad, y de paso la del resto de ciudadanos, en aras de protegerles de una violencia de ficción excesiva. Son los felices siervos que sufren la censura con alegría. El miedo a lo "nuevo" (los juegos de ordenador ya llevan unos cuantos años entre nosotros) puede influir en esto. La constante demonización de los mismos –que recuerda a la que antes sufrieron los libros, el cine o la televisión– ha conseguido que muchos bajen la guardia ente los excesos de los Gobiernos.
Si antes se prohibían películas y libros con la excusa de proteger al pueblo de la "inmoralidad" del sexo o de ideas consideradas nocivas, la nueva moral políticamente correcta hace creer que es correcto quitar libertad para evitar que el ciudadano vea violencia en videojuegos. Como entonces, lo de ahora también es simple censura.