El peligro que quieren evitar es que una compañía telefónica cualquiera pueda cobrar, por ejemplo, a Google a cambio de no poner sus datos como de baja prioridad, lo que haría que sus usuarios accedieran más lentamente a los servicios del gigante de Internet, o incluso llegar al extremo de impedir el acceso si la empresa californiana no paga.
Frente a ellos, quienes deseamos al Estado lo más lejos posible de Internet, de sus infraestructuras y, más en general, de todo, vemos este peligro como una posibilidad bastante remota. La competencia lo impide. En el caso hipotético de que a algún proveedor de acceso a Internet se le ocurriera hacer algo así, vería como sus clientes le abandonarían. Es cierto que mediante la exigencia de pagos a los grandes de Internet podrían sacar dinero, pero a costa de arriesgar su propio negocio. Pero ni siquiera hace falta estar de acuerdo con este razonamiento: basta con mirar los hechos. Y los hechos demuestran que el escenario apocalíptico de una Internet balcanizada no ha tenido lugar pese a la ausencia de regulación al respecto.
Durante el debate que está teniendo lugar, el regulador estadounidense de las telecomunicaciones (FCC) pidió que le enviaran documentación con casos en que las compañías que proveen banda ancha estuvieran discriminando entre unos datos y otros, que es lo que quieren prohibir quienes desean regular Internet. Se le enviaron 10.000, de los cuales casi todos son lo que se denomina "comentarios breves", muchos de ellos meros envíos de formularios desde las páginas que apoyan la regulación. De los 143 que quedan, sólo 66 tienen más de dos páginas y de éstos sólo 20 están a favor de regular más. Y ninguno de los 20 incluye lo que el FCC pedía: pruebas de que se esté haciendo algo malo que le obligue a regular. Es decir, que los temores con los que quieren asustarnos parecen tan fantásticos como el hombre del saco, más o menos.
En realidad, lo que quieren Google, Yahoo y demás es convertir la red en un servicio que sólo pueda diferenciarse por velocidad y precio; que sea indiferente qué compañía te lo ofrezca. Y lo que quieren los operadores norteamericanos de telecomunicaciones es poder diferenciarse entre sí, dar servicios de valor añadido. Y lo quieren hacer, entre otros caminos, cobrando más a cambio de que ciertos datos viajen más deprisa y con más fiabilidad por sus redes. Por el momento piensan en VoIP o vídeo en directo, dos aplicaciones que necesitan circular en tiempo real para que el usuario las disfrute a la perfección, pero cualquier aplicación que necesitara de esa priorización podría pagar para obtenerla.
Eso es lo que rompería la "neutralidad", según quienes apoyan la regulación. Sin embargo, es una queja similar a quienes protestan por la existencia de las autopistas radiales de pago; parece que tenga que estar prohibido pagar por tener un servicio mejor. Y la alternativa no son estupendas autopistas gratuitas de diez carriles, sino esa carretera atascada de toda la vida.
Ahora Google ha pedido, y parece que conseguido, que en la subasta de un fragmento del espectro organizada por la FCC para cuando tenga lugar el apagón analógico de las televisiones se garantice el acceso abierto, es decir, que las operadoras no puedan restringir con qué aparatos accedemos a él. Algo que está muy bien, pero que tiene un precio. Y es que si no pueden poner restricciones, de modo que tengamos que usar productos de la compañía "capados" para que no podamos hacer ciertas cosas, como VoIP, nos subirán el precio, porque así no hay quien rentabilice el acceso a ese fragmento del espectro cobrándonos por minuto de conversación.
El problema de quienes defendemos la libertad, en este como en otros casos, es que no defendemos un resultado concreto. Ignoro qué pueden llegar a hacer las compañías de telecomunicaciones tanto con ese espectro subastado como con sus propias redes si no se las regula, como tampoco lo saben, dicho sea de paso, ni Google ni Yahoo ni nadie. Lo único cierto es que habrá más opciones, mayor creatividad y más inversiones. No creo que sea muy descabellado pensar que terminaremos disponiendo de mejores servicios y más baratos en ese caso. Pero es difícil ofrecer a ese argumento contra quienes lo único que pretenden es congelar el status quo y prohibir la innovación en el mercado de las telecomunicaciones.