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¿Qué quieres, en realidad?

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Tenemos lo que queremos. Tenemos la educación que queremos, la sanidad que queremos, el trabajo que queremos y el gobierno que queremos. Es más cómodo pensar que no es así, que lo que tenemos son imposiciones de sistemas disfuncionales y que, a pesar de que queremos otra cosa, no podemos elegirla.

El “yo quisiera, pero no puedo” es uno de los peores pensamientos con los que podemos intoxicar nuestra mente. Si quieres, puedes. Punto. Otra cosa es que decidas que tu querer siga siendo sólo un ideal y no hacer nada al respecto. Es mucho más fácil pensar que en realidad no puedes, que admitir que en realidad no quieres. Es más fácil quejarse en la barra del bar y compartir frases grandilocuentes en el muro de Facebook, que levantarse de la silla y hacer algo.

Si eres tan solidario como quieres hacer ver, no te unas a quince grupos de Facebook. Sal a la calle y haz algo por alguien; ayuda a tus vecinos; hazte voluntario en alguna organización; dona tu tiempo o tu dinero. Si no te gusta el gobierno, no te dediques a compartir memes con insultos al presidente y a los ministros. Reflexiona, argumenta, despréndete del gobierno en la medida que quieras y no vuelvas a votar. Si votas, eres cómplice. Si el profesor de tus hijos es tan malo, no se lo cuentes a los demás a la puerta del colegio. Muévete y habla con la autoridad educativa correspondiente; para eso están los jefes de estudios, los directores y los inspectores educativos. Colabora con la asociación de padres y con el consejo escolar. Matricula a tu hijo en otro centro. Monta una escuela libre. Desescolarízalo.

Le pasó a Nicko Nogués con su proyecto “Vete”. Gente que dijo que se quería ir y cuando él les dijo “vete, yo te pago el billete” dijeron que no podían. Fueron incapaces de decir que, en realidad, no querían. Me pasó a mi cuando estuve dos meses viajando por América con mi hijo. “Qué envidia”, me decían. Pero aquí nadie coge la maleta para irse. Me pasa con la educación en casa. “Me encantaría hacerlo, pero yo no puedo”.  Tienen razón, no pueden porque no quieren. Es así de simple. El listado de excusas es larguísimo, algunas casi te las crees: no tengo formación, no tengo paciencia, no tengo tiempo, no tengo dinero, no tengo apoyos. No tengo ganas, es lo que deberían decir. 

Asumir y reconocer que, en realidad, no queremos lo que decíamos querer puede resultar un difícil ejercicio de coherencia. Difícil pero liberador. Si prefieres dejar a tus hijos en manos de un pésimo sistema escolar antes que asumir la responsabilidad de hacer algo por cambiarlo o por sacar a tu hijo de ahí, está bien, pero no te quejes más. Si prefieres pasar las horas delante de la pantalla jugando a los granjeros en la red social, está bien, pero deja de lanzar mensajes diciendo lo comprometido que estás con la pobreza y la injusticia. Si prefieres quedarte en la comodidad de tu casa, está bien, pero deja de envidiar a los que se van a dar la vuelta al mundo. Deja de decir que quieres pero no puedes.

Pero si prefieres posicionarte como víctima, culpando a otros por lo que tú no te atreves a hacer, eso no está bien. No cargues a otros con la responsabilidad de tus acciones y de tus omisiones, esto es, de tus decisiones. No cargues tampoco con la responsabilidad por las acciones y omisiones de otros. Pero si tienes un deseo, trabaja para conseguirlo. Si no estás dispuesto a moverte para conseguirlo, a salir de la comodidad de tu casa y de tu rutina, tal vez es que el deseo no era tal. Puede que el deseo no fuera tuyo sino de otros. Así que la pregunta es ¿qué quieres, en realidad?

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