El suceso recuerda la gloriosa hazaña de Richard Cobden, quien a mediados del siglo XIX logró que la amplia mayoría del parlamento inglés aboliera las leyes de granos que elevaban artificialmente el precio del trigo y de otros cereales debido a su carácter proteccionista; aunque más bien habría que calificar estas normas intervencionistas de agresionistas porque privilegian a unos pocos y perjudican a la inmensa mayor parte de la población.
Cobden dirigió la famosa Liga contra las leyes de grano de manera magistral. No se limitó a explicar sus perversos efectos económicos sino que expuso de manera incansable las siniestras implicaciones morales de estas políticas arancelarias. Los políticos que votaban a favor del mantenimiento de las leyes de granos podían estar seguros de una cosa: Richard Cobden publicitaría sus nombres y apellidos como los defensores de la tesis de que a los ciudadanos británicos no merecen ser tratados igual de bien que los ciudadanos de países libres donde no hay barreras y los precios de los alimentos básicos son más baratos.
Sin embargo, a poco que examinemos la iniciativa de la Unión Europea, nos damos cuenta de que los ministros de Agricultura y Pesca no han actuado en clave liberal ni les mueve la erradicación de los nefastos efectos del mercantilismo agrícola que impera en la Unión. Resulta que la suspensión es sólo temporal y el gobierno francés ya se ha ocupado de que le pongan fecha de caducidad para julio de 2008. El verdadero motivo de este giro son los elevados, imparables e impopulares precios del trigo. Parece que detrás hay un miedo a que la actual inflación se les vaya de las manos. Sin embargo, el precio del trigo, como muchas otras materias primas, se ha disparado desde agosto, justo el mes en el que los bancos centrales de ambos lados del Atlántico inundaban los mercados con papelitos y créditos recién sacados de la imprenta. Me temo, sin embargo, que los ministros no exigirán al banco central que deje de envilecer nuestra moneda.
A nuestros representantes no sólo no les importa devolver al consumidor europeo al cautiverio al que nos tienen sometidos mediante cuotas y aranceles. Todavía menos, si cabe, les importa el que los productores de cereales de los países pobres no puedan prosperar porque les dificultamos la posibilidad de intercambiar con nosotros en libertad.
Necesitamos que vuelva la Liga para mostrarles que la total liberación comercial implica, como decía Cobden, "la más elevada revolución moral a escala mundial que haya sido jamás lograda".