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Rajoy, año cero

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Rajoy acaba de cumplir su primer año en el poder y el balance es, sin duda, negativo para el conjunto de españoles. El presidente no ha logrado remontar el suspenso que cosechó ya en febrero. La razón de este resultado negativo, al contrario de lo que opina la mayoría, no reside en los supuestos recortes a lo público que ha aplicado desde que gobierna, ni en las profundas reformas liberalizadoras de las que tanto se queja la izquierda mediática, política y social. No, ni mucho menos. Si por algo hay que criticar a Rajoy es justo por todo lo contrario. Es decir, por su falta absoluta de principios morales y convicciones ideológicas para hacer lo que hay que hacer, que no es otra cosa que eliminar el déficit exclusivamente por la vía del gasto (sin subir impuestos), reformando la anquilosada estructura estatal y reduciendo el peso del sector público, evitar la perjudicial e injusta socialización de pérdidas que impone un rescate público de bancos o empresas y liberalizar al máximo una economía que, por culpa del asfixiante intervencionismo gubernamental, es incapaz de volver a generar riqueza con la intensidad suficiente como para reincorporar a los casi seis millones de parados al mercado de trabajo.

Rajoy ha demostrado que es, él mismo, una promesa incumplida, una mera ilusión cuyo desvanecimiento ha hecho que millones de españoles despierten de golpe de una vaga ensoñación de esperanza. El 20 de diciembre de 2011, hace ahora un año, comenzaba su mandato cargado de buenas y correctas intenciones. ¿Su mensaje? No subiría un solo impuesto y, de hecho, rebajaría algunos. De este modo, se presentó a los españoles como el primer presidente de la Zona Euro comprometido con reducir el déficit exclusivamente por el lado del gasto, mediante una drástica austeridad pública que vendría acompañada de un amplio listado de reformas estructurales para impulsar el crecimiento.

Su palabra apenas se mantuvo en pie diez días.

Rajoy, y con él todo el PP, tiene ahora el honor de presidir el Gobierno que más impuestos –¡y a qué tasas!– ha aprobado de toda la democracia. Esto es lo más negativo de su gestión, no sólo porque es la receta equivocada para reducir el déficit sino porque, además, lastrará la recuperación económica. Por el lado de las reformas, su Gobierno, si bien ha hecho algunos avances, por ejemplo en lo relativo al mercado laboral, está aún muy lejos de apostar por la flexibilidad que precisamos para reestructurar el modelo productivo sobre bases sólidas. Por otro lado, no ha dudado en recurrir al rescate público para sanear el sistema financiero, en lugar de apostar por el bail-in y convertir a los acreedores de las entidades insolventes en accionistas de las mismas.

En definitiva, el primer ejercicio de Rajoy ha sido más bien un año cero, ya que los avances han sido escasos y algunas medidas, como las fiscales, claramente contraproducentes. La España del PP imita a Grecia, Italia y Portugal, y tiene a Francia como referente, cuando debería seguir los pasos de Irlanda o de Estonia.

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