Skip to content

Rathergate: cuando el ciudadano desvela la mentira periodística

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

El objetivo profesional de infinidad de periodistas no es contar lo que ocurre, sino cambiarlo.

Dan Rather es uno de los periodistas de televisión más importantes de la historia en los Estados Unidos. Walter Cronkite, Barbara Walters, Ted Koppel… realmente hay pocos a su altura. Sustituyó precisamente a Cronkite como anchorman de la CBS en 1981, y durante más de dos décadas fue la referencia informativa de la cadena, y uno de los periodistas con mayor influencia en las presidencias que van entre Ronald Reagan y George W. Bush.

Fue el primer periodista en dar la muerte de John F. Kennedy. Tenía el olfato periodístico muy fino, y sabía dónde debía estar, e identificar cuál es una buena historia y cuál no. Alguien dijo de él cuando informaba para la cadena desde el edificio presidencial que “si creía que un rumor era sólido, si confiaba en su intestino o lo obtenía de una fuente que le pareciera honesta, le daba salida. Los otros corresponsales de la Casa Blanca le odiaban por eso”.

Ese instinto le había llevado hasta donde estaba, y le había funcionado muchas veces. Al menos hasta el verano de 2004. Entonces, la periodista Mary Mapes (entonces productora del programa de Dan Rather) le contó al presentador lo que tenía entre manos. Era unos documentos (1234) que demostraban que George H. W. Bush, cuando era embajador de los Estados Unidos ante la ONU, había influido para limpiar la hoja de servicios de su hijo George mucho antes de que nadie sospechara que ambos llegarían a la presidencia.

Mapes estaba detrás de este asunto desde 1999, cuando Bush era gobernador de Tejas. Un hombre, Bill Burkett, le había facilitado los documentos. En julio de 2004, con las elecciones de Bush a la vista, era el momento de compartir la historia con Rather. Éste vio los documentos, y decidió esperar dos meses, hasta comienzos de septiembre; exactamente dos meses antes de las elecciones. Rather conoce el ciclo de vida de las noticias, y si sacase el asunto demasiado pronto podría llegar agotado a la votación, o si lo daba demasiado tarde podría no surtir todos los efectos deseados. Él, que había informado del Watergate para la CBS, que había visto caer un presidente por una información periodística, iba a hacer lo mismo en los albores del siglo XXI.

No es sólo el prurito profesional, sino el sentido político de la revelación de los documentos. Rather, todo el mundo lo sabía, era un periodista independiente, que es como se llamaba entonces y ahora a los partidarios del Partido Demócrata. Mary Mapes llamó al estratega de la campaña de John Kerry, candidato demócrata, para adelantarle lo que iban a contar. Así, Joe Lockhart y su equipo podrían pergeñar de antemano toda su estrategia.

El asunto salió finalmente a la luz el 8 de septiembre de 2004. Cayó como una bomba sobre el relato informativo. Yo vivía allí, y me acuerdo del efecto demoledor que tuvo. Aunque no duró mucho, la verdad. Y no fue por la labor de los periodistas, sino de los ciudadanos.

Lo recogió la web Free Republic, y un lector, en el comentario 47, empezó a mostrar dudas sobre la veracidad de los documentos. En 1972, cuando están fechados los documentos, los informes se escribían con máquina de escribir, y eso obligaba a utilizar fuentes de monoespaciado. Sin embargo, los documentos tenían anchuras proporcionales, una tecnología que no aparecería hasta más tarde, y que no se haría popular hasta los años 90’, decía el lector.

Scott Johnson, uno de los escritores del blog Powerline (era la época dorada de los blogs), reproduce el comentario en una anotación y otro lector anota otro par de detalles técnicos que no cuadran: un apóstrofe apaisado y un “th” que indica ordinal, elevado, y que entonces habría que hacerlos a mano, porque las máquinas de escribir no podían hacerlo. Otro lector, que fue copista de la Armada precisamente en esos años, añade nuevas incongruencias. Charles Johnson, de Little Green Footballs, hace una prueba: escribe con Microsoft Word una réplica del documento, y resulta ser idéntico. IndJournal recoge todas las dudas y añade unas cuantas más. Todo esto ocurre al día siguiente de que Rather ofreciese la exclusiva.

Drudge Report se hace eco de todos los análisis que apuntan a que los documentos son falsos. Este medio, un agregador de noticias capaz de marcar la agenda política de los Estados Unidos, le da al asunto repercusión nacional. Dan Rather se ve obligado a decir que los informes “han sido investigados convenientemente por expertos independientes, que están convencidos de su veracidad”.

El asunto continúa, y la credibilidad de la información se despeña. Una nueva anotaciónrecoge más detalles técnicos que muestran que es falso. The Boston Globe entrevista a un experto, que le otorga credibilidad a los documentos. Pero el experto aclara más tarde que han retorcido sus palabras. Los medios, a lo suyo. Hasta que The New York Times finalmente se inclina a pensar que, efectivamente, no hay más verdad en los documentos que la mala fe de un activista.

PC Magazine dice que se podrían reproducir con una máquina de escribir IBM Composer, pero nadie parece capaz de hacerlo: Un particular ofrece 10.000 dólares a quien logre hacerlo. Llega a ofrecer 37.000 antes de declararlo desierto.

Rather no puede creer lo que está pasando. Dice que el experto Bill Glennon ha confirmado su veracidad, pero éste lo desmiente en The Washington Post. Mientras, los documentos siguen dando motivos para que bloggers y expertos destaquen nuevos análisis que apuntan a su falsedad.

El día 15 (ha pasado una semana desde la exclusiva), la CBS saca un informe en el que resume el estado de la cuestión tal como lo ve, y dice: “Los informes sobre Bush son falsos pero verídicos”. Falsos pero verídicos, fake but accurate. Hay que leerlo varias veces para creer lo que uno está leyendo. El día 20 rectifican: reconocen que han cometido un error y piden perdón. El 22 se anuncia una investigación interna en la CBS para aclarar todo el asunto.

¿Cómo es posible cometer un error periodístico de ese calibre? Antes de salir a la luz, el asunto pasó por siete filtros:

1) La periodista Mary Mapes

2) El productor en Washington de la cadena CBS

3) El productor en Washington del Programa Evening New’s, en el que saldría la “historia”.

4) El productor ejecutivo de Evening New’s en Nueva York

5) Su equipo de productores senior

6) El presentador/editor del programa Evening News (Dan Rather).

7) Y, en este caso particular, dada la relevancia del caso, el presidente de la cadena.

Todos fallaron.

Jonathan Klein, que había sido director ejecutivo de la CBS, intentó desacreditar a los bloggers. Son, dijo, tipos “sentados en su salón, escribiendo en pijama, que no puede tener la misma credibilidad de un medio de comunicación, con múltiples filtros de comprobaciones y contrapesos”. Y, sin embargo son los medios los que no tienen credibilidad y sus “comprobaciones y contrapesos” fallan miserablemente, como hemos comprobado recientemente con el caso del periodista alemán Claas Relotius.

Bill Burkett, la fuente de los documentos, era un activista anti Bush que ya había acusado falsamente al entonces gobernador de Tejas de destruir unos documentos comprometedores. Cuando Mary Mapes habló con la familia del presunto autor de los documentos, ya fallecido, su mujer le dijo que ese no era el estilo de escribir de su marido. Él los escribía a mano y no solía archivarlos. Rather consultó con varios expertos. Ninguno pudo comprobar su autenticidad. Varios le dijeron que eran falsos.

Esto no le impidió sacar los documentos pues, como le dijo tras el escándalo a su colega Bill O’Reilly, “creo que se puede ser una persona honesta y mentir sobre una serie de cosas. Es más, ¿quién entre nosotros no ha mentido en alguna ocasión?”. Él sin ir más lejos, elaboró un escalofriante reportaje en 1988 llamado The wall within en el que recogía testimonios de varios veteranos de Vietnam (donde Rather había sido corresponsal) en el que relataban las violaciones y los abusos de los soldados americanos en el país. Fue todo un montaje, pues ninguno de los que hablaron en el “reportaje” había estado nunca en Vietnam.

Cuando la verdad no está en los hechos sino en la ideología, se puede decir que The wall within, los documentos comprometedores de George Bush o cualquier otra mentira responde, en un sentido profundo, ideológico, “real”, a la verdad. La de Dan Rather y la de infinidad de periodistas de todo el mundo cuyo objetivo profesional no es contar lo que ocurre, sino cambiarlo.

Más artículos