Si los empresarios no pueden vender la oferta adicional a un precio que cubra sus costes y brinde una rentabilidad, no producirán más.
Cuando los problemas de desabastecimiento empezaron a agudizarse en Venezuela, hace un par de años, recuerdo que vi en la prensa dos titulares y una joya. Los titulares fueron: «Venezuela raciona los alimentos subsidiados» y «El desabastecimiento de productos básicos fuerza al Gobierno a limitar las compras en las tiendas estatales». La joya fue: «El Gobierno alega que el mayor poder de consumo explica el desabastecimiento».
Se pueden combinar los tres en un diagnóstico del catastrófico resultado económico del intervencionismo populista bolivariano. El centro de la explicación es lo que nadie subraya, ni el régimen chavista ni los medios de comunicación: todas las aflicciones que padece el pueblo de Venezuela a la hora de conseguir productos básicos de consumo se deben a la política antiliberal del chavismo.
La célebre definición de Einstein de la locura es: «Hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes». El control de los precios es algo que los gobernantes llevan ensayando más o menos desde el emperador Diocleciano, y siempre con el mismo resultado: desaparecen los bienes. Los chavistas lo han vuelto a comprobar. Una vez que desaparecen, la solución habitual es intentar arreglar un intervencionismo con otro, por ejemplo, suministrando alimentos a precios subsidiados, es decir, pagados a la fuerza por el conjunto de los contribuyentes.
Como los venezolanos no son bobos, se precipitan a comprar todo lo que sea subsidiado, y el Gobierno, que pretendía aumentar la oferta de alimentos, termina racionándolos. Igual que en Cuba. Igual que en España en la primera mitad de la dictadura franquista. Y siempre por la misma razón: porque el Gobierno controla los precios.
Por eso, el segundo titular es un error, porque el racionamiento en las tiendas estatales no fue algo que el Gobierno se vio forzado a hacer por culpa del desabastecimiento, sino que fue la consecuencia lógica del desabastecimiento provocado por el propio Gobierno.
Finalmente, la desopilante explicación de las autoridades representa una ilustrativa moraleja: aducen que no hay alimentos porque los venezolanos… ¡son más ricos y los agotan! El razonamiento es absurdo, incluso si fuera verdad que el pueblo de Venezuela es más rico. En efecto, toda mayor demanda opera como una señal para que los empresarios aumenten la oferta y vendan más, que es el objetivo de cualquier empresario.
¿Qué falla en todo esto? Pues, otra vez, la intervención inicial del régimen bolivariano: el control de los precios. Si los empresarios no pueden vender la oferta adicional a un precio que cubra sus costes y brinde una rentabilidad, no producirán más. Y ahí es cuando la tiranía hablará en contra de los comerciantes y productores, en vez de hablar de la única culpable: ella misma.