El pasado domingo se celebró una sesión de psicoterapia colectiva, al modo de las organizadas por las asociaciones de alcohólicos anónimos, que RTVE tuvo el gesto de retransmitir en directo porque a la vez se repartían los premios anuales de una determinada rama industrial. La cinematografía, y eso. El desfile de personalidades recogiendo galardones resultó muy interesante para comprobar la evolución de los pacientes, después de que el estallido de la crisis económica les cogiera con el dedo todavía puesto en la ceja y "cantando a la alegría". Van mejorando. Desalojado del poder su partido, ya pueden dar rienda suelta a sus explosiones emocionales ejerciendo de portavoces de las víctimas que ellos mismos han contribuido a machacar.
Hospitales sin mantas para los moribundos ni agua para mitigar su agonía, oleadas de suicidios a causa de la avaricia de los poderosos, niños traídos al mundo sin la menor garantía de que puedan recibir alguna instrucción pública, todo ello entreverado con observaciones pretendidamente irónicas sobre las golferías fiscales del partido en el poder, dieron forma a un espectáculo que nunca defrauda a sus incondicionales. Pero el momento mágico de la noche fue cuando una matrona prematura del cotarro hizo oficial su denuncia de un sistema "que roba a los pobres para dárselo a los ricos", que es la mejor definición posible del socialismo, aunque la pobre pretendiera con su frase señalar en sentido contrario.
¿Quiénes son los pobres y quiénes los ricos? Eso es algo que la susodicha no aclaró; no por el tiempo limitado de que disponía para su intervención, sino porque en la secta progre el análisis político se reduce a unos pocos sobreentendidos de carácter sentimental para separar a los buenos (los que piensan como ellos) de los malos (todos los demás). Si hubiera reflexionado antes habría evitado elegir como categoría disyuntiva el flujo monetario, puesto que todos los presentes, en última instancia, viven precisamente gracias al dinero que el "sistema" extrae de los pobres que no pueden dejar de pagar al fisco. Así pues, siguiendo su propia lógica, trabajar en un sector fuertemente subvencionado como el cine español les sitúa inmediatamente en el conjunto de los "ricos", que lo son gracias a que expolian a los pobres, según el viejo esquema marxista compartido por todos ellos.
La constatación de su propia vileza podría tener consecuencias irreparables en gente tan emotiva, pero afortunadamente para todos ellos el presidente del tinglado había dejado sentado minutos antes el dato esencial que consagra la dimensión ética de sus trinques cotidianos. Fue cuando afirmó que el cine es "un derecho de todos". Un derecho "humano", le faltó añadir, con la propuesta formal de que la ONU lo incluya de inmediato en su Declaración Universal. Porque, a pesar de todas las apariencias, los progres no roban a los pobres. Simplemente detraen del Estado una módica cantidad para otorgar carta de naturaleza a un derecho esencial de las capas más desfavorecidas: el de no ir al cine a ver sus bodrios. Nunca tantos debieron tanto a tan pocos.