Cuanto más rica es una economía, mayor cantidad de deuda puede soportar. Google es capaz de digerir más deuda de lo que lo fue Martinsa Fadesa. De hecho, es habitual que ambas variables se incrementen a la vez: conforme un sistema económico crece, su stock de deuda aumenta; cuando decrece, su stock de deuda se reduce. Mas, como sabemos, correlación no implica causalidad, de manera que uno debe plantearse hasta qué punto una variable condiciona la otra.
Crecimiento y deuda
Por un lado, si nos volvemos más ricos, adquirimos mayor margen para endeudarnos; de manera que, en tanto en cuanto nos interese adelantar al presente parte de nuestra renta futura, recurriremos con más asiduidad a una deuda: en este escenario, es el mayor crecimiento el que da lugar a un mayor endeudamiento. Pero, por otro, la deuda también puede emplearse como vehículo para financiar nuevas inversiones productivas que sienten la base de un aumento de la renta futura: en tal caso, es la mayor deuda la que genera un mayor crecimiento. Pero fijémonos que este último caso sólo se dará si se cumple una condición: que la rentabilidad del plan de negocios acometido gracias a la deuda supere el coste financiero de la deuda.
Al fin y al cabo, todo crédito es una forma de intercambio aplazado, una transacción incompleta: una de las partes compra hoy (disfruta hoy de los bienes) pero paga en el futuro. En los intercambios convencionales, quien compra resarce instantáneamente al que vende y la transacción finaliza tan pronto como ambas partes entran en posesión de sus nuevas mercancías. Con la deuda no: una parte compra hoy utilizando no su renta presente, sino su renta futura, de manera que alguien (ya sea el propio vendedor o un tercero) debe proporcionarle crédito a ese comprador (alguien le permite pagar y completar el intercambio más adelante).
Subsiste en el comprador, pues, la obligación de cerrar la transacción en el futuro: entregarle al vendedor el importe de las mercancías que adquirió en el pasado (principal) más una compensación por el retraso en el pago (interés). De ahí que, para tratarse de una inversión generadora de riqueza, los factores productivos adquiridos a crédito deberían ser capaces de generar un excedente de valor (rendimiento neto) que cubra el interés de ese crédito. Si no, si el deudor no puede devolver los intereses (o incluso el principal), la deuda no impulsará el crecimiento sino que lo erosionará.
Claro que esa destrucción de riqueza derivada de malas inversiones financiadas con deuda no tiene por qué ser evidente durante un largo período de tiempo. Y, en tal caso, puede suceder que un sistema económico acumule insosteniblemente deuda y, mientras lo hace, impulse un crecimiento artificial que sólo más adelante terminará colapsando. Esto último es lo que le ha sucedido a España desde 2001. Por desgracia, en muchas cabezas se ha quedado grabada de un modo indeleble la correlación entre crecimiento y crédito: nuestra época dorada coincidió con el aumento del crédito, de manera que para regresar a esa época dorada, es necesario que vuelva a fluir el crédito.
El crédito no nos traerá la recuperación, sino al revés
Y, en efecto, se ha instalado en el discurso oficial que la primera condición que necesita España para recuperarse es que vuelva a fluir el crédito con normalidad. Los políticos han sido especialmente proclives a abrazar tan populista mensaje, pues de ese modo disponían de una excusa perfecta para rescatar a la banca a costa de los contribuyentes: sólo es necesario –nos decían– un pequeño saqueo tributario para que las entidades financieras vuelvan a conceder crédito de manera fluida y regresemos a la época de la abundancia.
Desde aquí ya tuvimos ocasión de explicar en diversas ocasiones que tal discurso se asentaba en una notable falacia: si el crédito escasea en España, no es porque los bancos no estén en posición de extenderlo, sino porque los demandantes de crédito en España son riesgos mucho más elevados de los que la banca debería asumir. Dicho de otro modo, si el crédito no fluye no es por una insuficiente oferta de crédito, sino por una demanda insuficientemente solvente. Es verdad que mucha gente desearía obtener (o refinanciar) sus créditos, pero el banco no les ve con capacidad para devolverlos: ¿es que acaso un supermercado vende sus productos a aquellos que entran sin dinero? No, y lo mismo pasa con los bancos: para obtener crédito hoy ha de existir una expectativa razonable de que se reintegrará con intereses mañana. Y esa expectativa no existe y por motivos bien fundados. Lo hemos constatado esta semana: el 35% de todos los préstamos concedidos desde 2008 han entrado en mora. Es verdad que el cierre total de la ventanilla puede llevar a que paguen justos por pecadores (sobre todo en relación con la financiación del circulante), ¿pero cómo podemos esperar que la banca extienda crédito en esas condiciones? ¿Y cuál sería el propósito de presionarle a que lo hiciera? ¿Dilapidar capital y volverla a rescatar a costa del contribuyente?
No nos equivoquemos: si España se recupera no será porque a causa de que vuelva a fluir el crédito, sino porque habrá corregido sus desequilibrios subyacentes y entonces, una vez la recuperación sea sólida y los demandantes de crédito vuelvan a ser buenos riesgos, el crédito volverá a fluir. Pero la disponibilidad general de crédito será sólo un efecto, que no una causa, de la mejoría. Si los bancos prestaran ahora mismo a troche y moche sólo estarían apuntalando las malas inversiones pasadas y engendrando otras nuevas. No es lo que necesitamos.
La clave, el ahorro
Para endeudarnos, hemos de ser capaces de amortizar la deuda. Y para ello se han de dar dos condiciones: una, disponer de planes de negocio lo suficientemente seguros y rentables como para que puedan ser financiados sin elevados riesgos; dos, reducir la pesada carga de deuda que seguimos arrastrando desde la burbuja inmobiliaria. Es decir, antes de endeudarnos tenemos que pagar las deudas pasadas y disponer de un buen proyecto para respaldar las nuevas deudas.
Para reducir las deudas pasadas, es necesario ahorrar: esto es, que familias y empresas consuman la menor cantidad posible de su renta presente (salarios y beneficios) con tal de amortizar su deuda. Para contar con un buen plan de negocios que respalde la nueva deuda, es necesario en gran medida que el resto de la economía se reestructure y mejore: mis oportunidades de inversión dependen de las buenas inversiones que ejecuten otros (en Zimbabwe es difícil encontrar una buena oportunidad de inversión; en Suiza, no tanto). ¿Pero cómo vamos a invertir en reajustar el modelo productivo de España si previamente no vuelve a fluir el crédito? ¿No es acaso una pescadilla que se muerde la cola? No: toca buscar nuevas fuentes de financiación basadas en el ahorro propio (más capitales propios y menos capitales ajenos). De nuevo, también por esta vía necesitamos más ahorro. Nunca olvidemos que el ahorro es la base del capitalismo.
Por desgracia, el Gobierno del PP se ha obsesionado con saquear el ahorro familiar y empresarial mediante draconianas subidas de impuestos para conseguir mantener a flote su particular burbuja estatal. Por eso, justamente, la burbuja estatal es hoy el principal obstáculo a una recuperación sostenible (más allá de los rebotes engañosos) y, también, a una circulación más fluida del crédito.