¿Se imaginan qué habría sucedido si las tesis socialistas hubiesen triunfado y nos hubiésemos cargado el presente marco de relaciones laborales?
Los políticos pretenden venderse ante los ciudadanos como gestores profesionales, rigurosos y honestos: una especie de hiperracionales Mr. Spocks capaces de anteponer la verdad y el interés general a la propaganda destilada por sus sesgos ideológicos e intereses particulares. En realidad, sin embargo, los políticos —y sus seguidores— no son más que ‘hooligans’ de la peor calaña: fanáticos que profesan una adhesión inquebrantable y acrítica al discurso oficialista de su partido, el cual, en el fondo, no es otro que aquel que maximiza sus oportunidades de llegar al poder (a lomos de la manipulación y de la mentira sistemáticas). Los últimos datos de la EPA pueden proporcionarnos, a derechas y a izquierdas, un buen ejemplo de este deshonesto comportamiento.
Desde los partidos de la derecha (PP y, en menor medida, Ciudadanos), hemos escuchado que las cifras de ocupación y de desempleo que conocimos ayer son absolutamente catastróficas; como si la recesión se hallara a la vuelta de la esquina y fuera, cómo no, Sánchez quien nos estuviera conduciendo a ella. Todo este discurso exagerado y desmesurado hasta lo impúdico se basa en un único dato: que el paro ha aumentado en 49.900 personas durante el primer trimestre de 2019, la cifra más alta para un primer trimestre desde 2013. Pero una vez contextualizamos ese guarismo, resulta muy fácil darse cuenta de que, en verdad, se trata de una cifra comparativamente positiva.
Primero, el número de personas con empleo disminuyó en 93.400 durante los primeros tres meses del año, frente a la caída de 124.100 en el primero de 2018. Es decir, se ha perdido menos empleo ahora que hace un año. Segundo, ¿cómo es posible en tal caso que el paro haya aumentado ahora más que entonces? Porque, en el primer trimestre de 2018, la población activa (aquella que desea tener un empleo) se redujo más que en el primero de 2019: en particular, entre enero y marzo de 2019, ha habido 43.500 activos menos que entre octubre y diciembre de 2018 (si restamos 43.500 activos a la caída de la ocupación de 93.400, llegamos a la cifra de que el paro aumenta en 49.900 personas); por el contrario, entre enero y marzo de 2018, hubo 94.700 activos menos que entre octubre y diciembre de 2017 (si restamos 94.700 activos a la caída de la ocupación de 124.100 personas, llegamos a la cifra de que el paro aumentó en 29.400 personas).
O dicho de otro modo, si el número de activos en el primer trimestre de 2019 se hubiese reducido tanto como en el primer trimestre de 2018, el paro no habría aumentado en 49.900 personas, sino que habría caído en 1.300 personas (algo que no sucedía desde el primer trimestre de 2015). Y tercero, también conviene poner de manifiesto que el empleo destruido durante este trimestre ha sido esencialmente temporal (el empleo indefinido ha aumentado en 89.900 personas, cuando en el primer trimestre de 2018 se redujo en 1.400).
En última instancia, debería bastar con acudir a los datos desestacionalizados de la EPA para salir de toda duda: eliminando el componente estacional, las cifras de empleo y de paro han evolucionado a un ritmo muy similar al de todos los trimestres anteriores.
Que estos datos laborales globalmente buenos pretendan hacerse pasar por datos catastróficos debido a un mero interés electoralista denota la demagogia en la que se hallan instalados los partidos de la derecha. Ahora bien, no pensemos que solo desde los partidos de la derecha se está actuando de un modo deshonesto.
La izquierda rápidamente ha sacado pecho por estas cifras cuando, en esencia, son muy similares a las que se dieron entre 2014 y 2017, esto es, durante la etapa de Gobierno de Mariano Rajoy. ¿Y qué decían entonces esos mismos que hoy se regodean con la buena marcha de la economía tal como aparece reflejada en el dinamismo del mercado laboral? Pues que estábamos ante empleos precarios, de pésima calidad y derivados de haber dividido un mismo puesto de trabajo a jornada completa en varios puestos de trabajo a tiempo parcial. Ya saben, aquello de que la reforma laboral de 2012 había sido un grotesco fracaso institucional por cuanto solo era capaz de generar subempleo en enormes cantidades.
Pero, en cambio, ahora resulta que esa misma reforma laboral devastadora, esa que debía ser derogada con urgencia como ‘conditio sine qua non’ para volver a crear empleo de calidad, está generando un volumen de ocupación que permite que los socialistas se cuelguen las mismas medallas que ellos mismos le descolgaban a Rajoy. Acaso ahora empecemos a comprender, pues, la titánica irresponsabilidad que ha supuesto envenenar a la población contra un marco laboral —el alumbrado en 2012— que facilita que, en medio de una desaceleración como la actual, nuestra economía siga creando 600.000 empleos anuales: ¿se imaginan qué habría sucedido si las tesis socialistas hubiesen triunfado y nos hubiésemos cargado el presente marco de relaciones laborales? Hoy, este dinamismo del que presumen no existiría.
En definitiva, cuando la política entra por la puerta, la verdad y la honestidad salen por la ventana. A tres días de las elecciones generales, en las que todos los partidos se juegan su poder y sus prebendas durante los próximos cuatro años, lo que menos cabe esperar de nuestros gobernantes es que sean honestos, aun cuando se estén dando públicamente cabezazos contra una montaña llamada realidad. Su ambición les nubla el raciocinio.