No es casualidad que esa feliz comparación se haya pensado en Cataluña, donde hasta los partidos de derechas o conservadores presumen de repetir con más insistencia y eficacia que los demás todos los mantras de la izquierda.
Pues ha sido allí, en Cataluña, en la región más secuestrada por la ideología de izquierdas, de la que ha sido expulsado nada menos de Boadella por la intolerable pretensión de ser libre, donde ha reaparecido una de las vetas más siniestras de la izquierda: la segregación en la escuela. El consejero de Educación de Cataluña, Ernest Maragall, va a poner en marcha unas escuelas específicas para inmigrantes, y el Gobierno de Zapatero lo apoya. Como titula El País: "Corbacho apoya que la Generalitat segregue inmigrantes fuera de la escuela". Y esto lo ha hecho el ministro de trabajo socialista en un acto del PSC, es decir, en casa y ante el resto de socialistas catalanes.
Qué idea más de izquierdas y más nacionalista esta de considerar a las personas como partes de una clase o de un grupo de personas. Ven un auténtico peligro en concebir a cada uno de nosotros como individuo responsable. Ya decía John Dewey, el padre de la educación progresista, que "la gente independiente y que actúa por sí misma es un anacronismo para la sociedad colectivista del futuro". El futuro ya ha llegado, y tiene en un rincón de España su refugio.
Ni Maragall ni Corbacho son originales en su izquierdismo segregacionista. En Estados Unidos la educación fue privada desde antes de que naciese como país, y para cuando el sistema fue secuestrado por el Estado, las escuelas privadas ya habían escolarizado a la práctica totalidad de los niños. La escuela pública, entonces una excepción, tenía sus ayatolás, como Francis Bellamy, ardiente defensor de la segregación racial en los colegios y uno de los muchos progresistas racistas de Estados Unidos, una tradición que no se ha extinguido allí y de la que, por lo que se ve, tampoco aquí somos ajenos.