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¿Será beneficiosa la política fiscal de Trump?

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Rechazar las bajadas de impuestos por no hacerse con una reducción del gasto sobre la base del teorema de la equivalencia ricardiana no es del todo adecuado.

La intención de Donald Trump es la de aplicar una revolución fiscal bajando los principales y más dañinos impuestos, pero sin reducir el gasto público e incluso incrementándolo. Ante una propuesta de reducción de impuestos, uno puede adoptar una posición correcta y ortodoxa, estrictamente económica, que es la de no bajar impuestos si, como mínimo, no se va a bajar el gasto público y amortizar la deuda existente. Pero, ¿es esta la única opción? Es decir, ¿debería rechazarse frontalmente una bajada de impuestos porque no se baja el gasto y, por tanto, se incurra en deuda pública?

Las instituciones fiscales ejercen un proceso de realimentación. Es decir, estamos ante un Estado maximizador continuo de los ingresos, lo que Buchanan denominaba Estado Leviatán, para lo cual reclamaba una serie de límites constitucionales a la conducta presupuestaria estatal. Sin embargo, es ingenuo pensar que el Estado se imponga límites a sí mismo, en todo caso serán disposiciones que se cumplirán si conviene a los miembros del sistema. Si se respetan, será una rasgo más de la política económica de un determinado momento, más que un límite realmente existente, infranqueable. Y es en este ámbito político en el que también hay que analizar esa propuesta fiscal de Trump que chirría por el lado del gasto, aunque ambiciosa por el lado impositivo. Es decir, se trataría de contemplar no sólo el aspecto económico sino también el político.

Para ello, la intensidad de la reforma propuesta es capital. Y en este caso parece bastante intensa: reducir la fiscalidad empresarial a casi la mitad en una economía muy capitalizada y flexible será enormemente positivo (además, se ofrecerá libertad para amortizar los activos, algo muy beneficioso para la inversión), la eliminación del Impuesto sobre el Patrimonio y Sucesiones, un alivio en el Impuesto sobre la Renta (disminución de tramos y tipos) y de la renta del capital, incluyendo una rebaja considerable sobre los impuestos a la repatriación de beneficios. Añádase que EEUU no sufre el IVA a la europea, otro impuesto sobre los beneficios.

Es imposible calcular el efecto que estas rebajas puede tener en la economía estadounidense. Estudios como el efectuado por la Tax Foundation se quedan cortos ante la creatividad y la eficiencia que ganaría la economía de EEUU con 4,5 billones de dólares (estimados) más en diez años. Además de millones de empleos, ganancias en la productividad, unas nuevas líneas de producción que asiente las bases para una estructura productiva del futuro, especialmente en una economía en plena revolución gracias a Internet y nuevos modelos de negocio.

Por esto, rechazar las bajadas de impuestos por no hacerse con una reducción del gasto sobre la base del teorema de la equivalencia ricardiana (resumidamente, que los efectos económicos de los impuestos y de la deuda pública son equivalentes) no es del todo adecuado, entre otras cosas por los propios supuestos irreales del teorema (por ejemplo, la invariabilidad de la renta de los individuos a lo largo del tiempo, algo que no va a ser así si Trump cumple su plan impositivo, la renta sería muy superior, sólo mermada por las políticas dañinas que también, se supone, aplicará).

Es cierto que el mercado de deuda vive su propia burbuja, y que la emisión de nueva deuda por parte de la Administración Trump tendrá su impacto (también para los países europeos: subida de tipos, pérdidas en los tenedores de bonos, presión sobre sus Estados con una política monetaria que responderá echando más leña al fuego, variabilidad de los tipos de cambio en medio de una dañina guerra proteccionista entre países que el propio Trump alentará demagógica e irresponsablemente, etc…). Pero también hay que considerar que aunque no esté Trump, se seguirá emitiendo deuda (quien sabe si la misma), no en vano EEUU sólo ha estado libre de deuda dos años (1834 y 1835) en toda su historia. Además, el daño que pueda existir no estaría causado por unos impuestos bajos sino por los Estados manirrotos hiperendeudados o las guerras comerciales entre ellos que los irresponsables políticos liderarían. De hecho, todas estas circunstancias respaldan con más fuerza la liberación de recursos para que el sector privado se proteja, con una economía más dinámica y con mayor capacidad de producir riqueza.

Pero, como digo, no es sólo el aspecto económico, sino también el político. La reducción del déficit y de la deuda pública no suelen venir de las promesas políticas que, en realidad, no valen nada. Son las presiones a ajustarse debido a grandes déficits y deuda las que promueven las reformas presupuestarias (y a veces, estructurales), tanto de reducción de gastos como de subida de impuestos. Pero, estas últimas, incluso si son perpetradas por los partidos supuestamente menos amigos de estas medidas, sí tienen consecuencias electorales (mayores o menores dependiendo de su electorado, el caso PP y Ciudadanos es un ejemplo).  Es decir, muy probablemente, la bajada de impuestos de Trump conduciría en un futuro a una nueva subida fiscal, pero alcanzar los niveles precedentes no sería ni tan fácil ni tan rápido: por la propia intensidad de la rebaja de Trump, por las resistencias en su electorado, grupos de presión, sociedad en general. Por el camino se abriría la posibilidad a que dicho coste pudiera ser capitalizado, no ya por la oposición política (socialista) sino por otras corrientes dentro del partido. Esto no significa que se aprovechara tal oportunidad, pero al menos, sí abriría tal escenario.

Aparte está el hecho del endeudamiento y la propia presión del ajuste presupuestario al que conduce. Al fin y al cabo, el comportamiento del Estado con una deuda significativa es como la de las empresas que soportan altos impuestos: buscan a quien trasladar ese coste. A los contribuyentes con subidas de impuestos (que ya hemos comentado), a las futuras generaciones emitiendo nueva deuda, y al sector público. Y esto último sería la presión que conduciría a una disminución del gasto público a niveles menores de los que habría en ausencia de deuda. También en Europa, si el mercado de deuda se desmadra y el BCE opta por exigir más ajustes a los Estados que se está rescatando de facto con su política monetaria (España incluida) y vuelve a aparecer la famosa prima de riesgo.

Por tanto, siendo claramente deseable que las bajadas de impuestos se acompañen de reducciones de gastos y de deuda, la importante propuesta de bajada fiscal de Trump podría llegar a ser beneficiosa a medio plazo y en «términos netos», no sólo desde el punto de vista económico, sino político: podría obligar a más ajustes del gasto y con una fiscalidad más baja y más difícil de subir.

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