Europa es una fortaleza de señoritos autosatisfechos, metidos en años, que pasan media vida mirándose el ombligo y la otra media tratando de quedar bien
No existe la casualidad, existe la causalidad. Esto ya lo decía el Merovingio en la segunda parte de Matrix y es una verdad como un templo. La crisis de los refugiados que actualmente padece Europa es el efecto de una causa previa a la que nadie, o casi, ha prestado atención en el último año. Cierto que los medios de comunicación llevan meses poniendo el grito en el cielo por las matanzas del ISIS, y que algunos políticos –no muchos, la verdad– han pedido con insistencia que se intervenga de una puñetera vez en aquel infierno. Pero no lo es menos que, acomodados como estamos en nuestro sofá, presos de nuestros propios placebos, pensábamos que eso nunca nos iba a afectar personalmente. Error, ya lo tenemos encima.
Europa es una fortaleza de señoritos autosatisfechos, metidos en años, que pasan media vida mirándose el ombligo y la otra media tratando de quedar bien. Así luego pasa lo que pasa. Y esto es aplicable a toda la política exterior europea. Lo de Siria era una tragedia anunciada desde hace, como mínimo, dos años, cuando los guerrilleros del Estado Islámico cruzaron la frontera iraquí y se dispusieron a fundar el califato levantino sobre una pila de cadáveres. Entonces nadie hizo nada porque los que tenían que hacerlo suponían que no eran más que unos descontrolados que se apuntaban entusiastas a la guerra civil siria, iniciada en 2011 con las célebres primaveras árabes que, al menos hasta ahora, han traído más disgustos que otra cosa. Tal vez, y esto es muy posible, no suponían nada de nada habida cuenta del ensimismamiento suicida en el que viven las autoridades europeas.
Subestimar las amenazas es la especialidad de la casa. Se vio con la crisis de los Balcanes en los años noventa, con el terrorismo islámico en la década pasada y con las sucesivas oleadas migratorias que golpean las costas del Mediterráneo cada verano. Quizá es que somos demasiado exquisitos para admitir que el mundo no es tan plácido y armonioso como nos gustaría, o quizá es que nos hemos habituado a que los problemas propios nos los resuelvan desde fuera. Esta vez desde fuera no ha llegado ni un mal consejo. La Casa Blanca ha decidido vivir al margen de lo que pasa en el mundo, probablemente por los complejos ideológicos de Obama y su gabinete, obsesionados ambos en distanciarse todo lo posible del legado de George Bush.
Claro, que a los gringos Siria sí les queda realmente lejos. Que Oriente Medio se vuelva del revés lo más que puede amenazar es su ya mermada hegemonía en la región, pero no su seguridad nacional ni, mucho menos, la tranquilidad de sus fronteras. Sabiendo esto lo mínimo que cabía esperarse es que la Unión Europea tomase cartas en el asunto y más teniendo en cuenta que Siria fue en tiempos un protectorado francés. De haberse atajado a tiempo hoy el Estado Islámico, cuyos efectivos entre Siria e Irak no pasan de los 25.000 yihadistas, sería un mal recuerdo. Pero atacar la causa no entraba dentro de los planes de los Gobiernos del continente. A fin de cuentas los costes políticos de una intervención militar son altos, aunque la intervención se limite a bombardeos aéreos selectivos sobre objetivos predefinidos y de hostilidad manifiesta. Pero, ay, los seres más miedosos de la especie no son los niños, son los políticos en su variante internacional.
Respecto a los refugiados la razón por la que han abandonado su país, su hogar, su familia, sus amigos y todo lo que tenían en el mundo es tan obvia que sonroja tener que explicarla. Para todos y cada uno de ellos el coste de quedarse en Siria es mayor que el de emprender un azaroso viaje a pie hasta Centroeuropa. Hay ciudades como Homs o Alepo que están totalmente devastadas. La guerrilla islámica y las fuerzas del Gobierno no escatiman medios para aniquilarse mutuamente. Entre medias queda una población civil diezmada y machacada tras cuatro años de guerra, que podrían ser muchos más ya que la situación se ha enquistado.
El éxodo no es cosa de ahora, casi desde el principio del conflicto están saliendo refugiados del país
El éxodo no es cosa de ahora, casi desde el principio del conflicto están saliendo refugiados del país. En Turquía, el Líbano y Jordania hay varios millones desde hace años. Una vez más la ley de la causalidad se ha puesto a funcionar de manera endemoniada. Turquía simplemente no puede acoger a dos millones de personas que llegan con lo puesto. Sirva el agravante de que una buena parte de esos refugiados no desean quedarse allí. Las oportunidades laborales son escasas y la población local no les mira con simpatía. El exilio sirio no está compuesto, como muchos creen, por una muchedumbre iletrada y famélica recién salida de la jaima, sino por población urbana, en muchos casos con estudios superiores y habilidades técnicas. En Alemania parece que ya se han enterado, de ahí que la industria germana haya mostrado su interés en este inesperado aporte de mano de obra cualificada. Podrían, como dicen algunos, haberse dirigido a Arabia Saudita o a los emiratos del golfo, pero, seamos sinceros con nosotros mismos, si le dan a usted a elegir, ¿dónde preferiría vivir?, ¿en Austria o en Arabia? Vale, son musulmanes y todo lo que usted quiera, pero una cosa es ser musulmán y otra muy distinta es ser tonto.
Nadie de este lado, en definitiva, ha sabido estar a la altura que las circunstancias exigían. Quizá ahora, cuando todo se ha salido de madre y tenemos el drama en la puerta de casa, se empiecen a hacer las cosas que debieron hacerse hace mucho tiempo. Tal vez lo que ocurre en Siria siga sin importarnos demasiado, y es lógico que así sea porque bastante tenemos con lo nuestro, pero es que esto ya no está pasando en Siria. No permitamos que este efecto indeseado se convierta en causa de imprevisibles consecuencias.