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Sobrevivir a España

Publicado en Libertad Digital

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En una deflación ningún agente económico está exento del riesgo de quiebra y aunque exista la ilusión de que el Estado tiene una capacidad infinita para captar recursos, en realidad su contabilidad es similar a la de cualquier otro agente económico; que pueda rapiñar y apropiarse de la riqueza ajena le concede un colchón adicional, pero ese colchón cada vez está más vacío: los ingresos están menguando y los gobiernos irresponsables como el español no dejan de expandir el gasto con cargo al déficit público.

Nuestro país –o mejor dicho, nuestra Administración Central– que durante los últimos años había sido un ejemplo de diligencia a la hora de reducir el endeudamiento público y ofrecer capacidad adicional al sector privado para que creara riqueza, se ha convertido en el último año y medio en una auténtica rémora que succiona casi cualquier amago de ahorro que pudiera dirigirse hacia España.

Con sus programas de gasto público y con su cerrazón a liberalizar mercados como el laboral o el energético, el Gobierno está agravando la crisis, es decir, está retrasando la recuperación. Pero las nefastas consecuencias de sus decisiones todavía no son del todo palpables, ya que está comprando tiempo con cargo al Presupuesto público. Si ahora cree que los efectos de la recesión ya son insufribles, espere a cuando el Estado no pueda pagar ya los subsidios de desempleo e incluso se produzcan retrasos en los pagos a pensionistas y funcionarios, con todo el desorden social que ello acarrearía.

Ante estas perspectivas, los inversores ven cada vez más probable que el Estado español siga emitiendo deuda hasta el colapso. No habrá una gestión razonable que restrinja gastos e intente amortizar parte del cada vez mayor endeudamiento, por lo que el único camino es el default.

Y por eso el euro se retuerce. El Banco Central Europeo no está lleno de "millones y millones de euros", como decía Corbacho imaginándose a un Trichet bañándose en billetes cual Tío Gilito, pero su balance sí está lleno de deuda pública de los países que integran la moneda única: son estos activos los que permiten al BCE conducir su política monetaria periódica y preservar el valor del euro. Si la deuda pública de algún Estado resulta impagada, el BCE tendrá un agujero negro en los balances similar al de cualquier entidad que haya invertido masivamente en subprime.

Para evitar estas situaciones es por las que se aprobó el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que, no por casualidad, España acaba de incumplir. Se creía que si los Estados limitaban su deuda pública al 60% del PIB y su déficit anual al 3%, el riesgo de impago sería muy bajo y no se pondría en jaque al Banco Central Europeo.

Ciertamente, no es que el BCE sea el único banco central con dificultades. La Reserva Federal también está al borde de la insolvencia, pero el Gobierno de Estados Unidos puede recapitalizarla inyectándole capital, como ya hiciera el pasado mes de septiembre. Técnicamente también existe esta posibilidad con el Banco Central Europeo: si España impaga su deuda, el BCE sólo tendría que dotar provisiones por pérdidas y esperar a que Alemania le inyecte nuevo capital. ¿Pero qué margen tiene Alemania para impedir que España, Italia y Portugal quiebren y para salvarles continuamente la papeleta?

Y, sobre todo, ¿por qué debería hacerlo? El euro no es más que la europeización del marco alemán y de las buenas prácticas del Bundesbank. ¿Por qué no soltar simplemente lastre? ¿Por qué no proseguir su camino tan sólo con países que cuenten co unas finanzas públicas sólidas y dejar que los cerdos se sigan enfangando por su cuenta? Sin duda ése será el dilema al que deberá enfrentarse Alemania. ¿Financiará la unificación europea como ya financió su reunificación? A los españoles más nos vale que así sea.

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