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Socialismo por la propiedad titiritera

Publicado en Libertad Digital

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Con la muerte de Ronald Reagan se multiplicaron las valoraciones, generalmente positivas, de la labor política de quien ha sido elegido recientemente el estadounidense más importante del siglo XX. Uno de los aspectos más sobresalientes de su ejecución fue su política fiscal. Por un lado aumentó los gastos militares para acelerar el declive económico de la URSS y precipitar su caída, y por otro redujo e hizo más sencillos los impuestos para relanzar la economía. En ambos aspectos recabó enormes éxitos. Una visión somera podría indicar que George W. Bush está reeditando la política de quien fue Presidente cuando su padre ocupaba la vicepresidencia.

Pero no es así. Es más, Bush ni siquiera llegó al poder con las pretensiones de ser un reaganita, con su propuesta del conservadurismo compasivo. Y si bien las circunstancias históricas le han convertido en un neoconservador, cuando él mismo no lo era, no ha tenido la visión o el interés por convertirse al conservadurismo de Reagan, más que en el aspecto de los impuestos. Porque por lo que al gasto se refiere, la política de George W. Bush es la más expansionista e irresponsable desde Lyndon B. Johnson. Los años fiscales 2002 a 2005 son 4 de los 10 más expansivos de los últimos 40 años. Esta política manirrota no se debe a la “guerra contra el terrorismo”. En lo que lleva firmando cheques desde el despacho oval, ha aumentado el gasto en educación en un 98,6%. En lugar de acabar, como debía haberlo hecho, con las subvenciones a la agricultura, ha aumentado las que ya había y ha creado otras nuevas. El gasto en sanidad, especialmente en el programa Medicare, ha crecido de forma notable, y eso que aún no ha entrado en vigor la socialización del pago de medicinas que ha impulsado. Hasta el momento el gasto federal se ha incrementado en estos cuatro años en un 33%, más que en los 8 años que estuvo Clinton en el poder.

En los años de su predecesor coincidieron el triunfo del “pacto con América” liderado por Newt Grinwich y que moderó el crecimiento del gasto con las reformas en el Estado Providencia promovidas por Clinton y un recorte en la fiscalidad a las ganancias de capital. Esas condiciones de moderación del gasto, leve recorte de impuestos y reforma económica fueron suficientes para mejorar la economía estadounidense y para alcanzar importantes superávit fiscales. Se llegó a decir que en poco más de una década se podría amortizar la deuda pública. Bush no solo ha impulsado las principales partidas del gasto, sino que no ha hecho un solo uso de su potestad de veto para frenar determinadas partidas de gasto. Y lo que es peor, todo ello tiene lugar con una clara mayoría republicana en ambas cámaras; toda una excepción desde que ganara por primera vez Franklin D. Roosevelt. Nada indica que Bush vaya a moderar el crecimiento del gasto público.

La otra pata de su política fiscal está siendo todo un éxito. La bajada de tipos impositivos funciona de nuevo y en lo que llevamos de año los ingresos están creciendo un 15% no a pesar, sino por causa de haber bajado los tipos y en particular de reducir la doble imposición sobre las ganancias de capital. La menor fiscalidad sobre el ahorro y las ganancias de la inversión están permitiendo un rebote de la inversión; de la creación de riqueza. Con la mayor recaudación, los enormes déficit que muchos anunciaban (y casi deseaban) para la economía estadounidense no solo no se producen, sino que las previsiones para el presente ejercicio rondan el 2,5%. Un déficit envidiable para más de un país europeo.

En cierto sentido el gasto es el verdadero impuesto, ya que habrá de ser sufragado con mediante éstos o con deuda pública, que en última instancia también será pagada con impuestos. De modo que Bush está aumentando las necesidades de recaudación, presente o futura, de forma notable. Podrá enfrentarla por el camino de una fiscalidad más moderada y sencilla y más centrada en el consumo, que es el que está tomando. Pero todo ello tiene el peligro de que ese mismo camino hace más grande y poderoso el Estado, con todo el peligro que ello entraña y que siempre ha sabido ver el liberalismo. La combinación entre este crecimiento estatal y la interminable “guerra contra el terrorismo”, en cuyo nombre ya se ha justificado en ese país la nacionalización de la seguridad de los aeropuertos, puede resultar una amenaza más grave de la que quizás hayamos pensado. Habrá que estar vigilantes.

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