Para el populismo extractivo, no se trata de que mejoremos todos juntos sino de que empeoremos todos por igual.
“You’re all talk”. Rick Nielsen.
Cuando Pedro Sánchez dijo que “si alguien tiene una sociedad para pagar menos impuestos, debería estar fuera del Gobierno” se trataba de una más de sus frases vacías y, por supuesto, de otra de sus mentiras. Pero era algo mucho más grave. Lo que intentaba decir, en su proceso de podemización táctica, es que nadie puede utilizar medios legales para gestionar sus impuestos. No para defraudar, ojo. Para pagar “menos impuestos”. Por supuesto, la frase -como la de que las clases medias no pagarán más impuestos- le estalló en la cara.
Lo grave de esa frase, como tantas en el viaje hacia la ultraizquierda de un partido que ha gobernado España durante 22 años, es la combinación de populismo y de amenaza constante.
La secretaria de Estado Rienda, ministra Calviño, ministro Duque y ex ministro Huerta afectados por el boomerang de la ridícula frase de Sánchez no son defraudadores ni deberían ser merecedores de la demonización y el escarnio por su legítima búsqueda de opciones para optimizar su carga fiscal. El problema es que han sido rehenes de la podemización de su Gobierno, de la demagogia implementada por su presidente, de su falta de coherencia. Exigir un esfuerzo fiscal creciente a los demáspara mantenerse en el poder a toda costa y pagar favores.
El uso de mecanismos legales para reducir dicha carga fiscal es un instrumento que ofrece el Estado precisamente para dar facilidades para invertir, crear empleo y aumentar la renta disponible. Si existen dudas o interpretaciones diferentes de Hacienda, se dirimen y acuerdan, no se utilizan como amenaza ejemplarizante, como método de disuasión, como forma de asesinato de carácter. No pasa nada por tributar en IRPF con tipos ínfimos si eres funcionario en Bruselas. Sí pasa cuando le exiges a los demás que entreguen mucho más del fruto de su trabajo y ahorros, si se quejan, los llamas insolidarios.
Como cualquier ciudadano, tienen derecho a gestionar sus impuestos. Como cualquier ciudadano.
Lo que no tienen derecho es a expoliar a los demás. Lo que no tienen derecho es a decirles a los demás que tienen que pagar mucho más para pagarle al presidente favores de moción de censura.
El problema de fondo es muy diferente. Es el constante asalto demagógico por parte de una clase política extractiva a quienes ganen algo de dinero, a quienes ahorren, a quienes creen riqueza. La adopción generalizada de las peores prácticas del peronismo argentino en España. La mayoría piensa que paga demasiado y que los demás no pagan suficiente.
La utilización de este populismo indefendible se vuelve contra ti, siempre, pero además se vuelve contra el país.
Porque la deriva confiscatoria que ha tomado la política española es simplemente destructiva. Todo el debate es cuánto vamos a rascar de los bolsillos de los demás. En vez de mirar a las sociedades líderes que, con sistemas fiscales atractivos no solo atraen más y mejor inversión y empleo, sino más y mejor talento a la política.
Aterra escuchar día tras día que no merece la pena esforzarse, que no merece la pena invertir, que hay que buscar el mínimo necesario porque, total, te lo van a confiscar.
“Bajar impuestos es de izquierdas”, decía José Luis Rodríguez Zapatero. Entre esa frase y las sandeces confiscatorias de la Administración actual se encuentra todo un rosario de asaltos verbales y acusaciones infundadas que tienen un tronco común: que pague otro.
Que me den a mí y que pague otro. La constante asunción de que otro debe pagar mis gastos y, si no llega el dinero, es un defraudador. En un país donde se equipara inmediatamente a cualquiera con un delincuente.
Luego nos quejamos sin descanso de tertulia en tertulia y debate en debate que “recaudamos poco”.
Nunca nos quejamos de que atraemos poca inversión, creamos poco empleo, no permitimos que crezcan las empresas, no facilitamos que crezca la economía, no. Nos quejamos de que “recaudamos poco” y la culpa es siempre del otro.
Las bajadas de impuestos “son malísimas” pero ninguno de los que se quejan de ellas ha hecho una sola devolución a Hacienda de su mejora en renta disponible; las deducciones también son malísimas pero todos las aplican.
Para el populismo extractivo, no se trata de que mejoremos todos juntos, se trata de que empeoremos todos por igual.
Esta visión de la economía profundamente antisocial y extractiva que demoniza a quien crea empleo, a quien genera riqueza y a quien contribuye es el germen del desastre. Y esa visión de igualar a la baja no la pueden defender personas de prestigio por táctica política.
En España tenemos que empezar a sumar contra el populismo destructor que solo busca quedarse como dueño y señor de las cenizas del incendio que están provocando.
El Gobierno de España debería aprender del disparo en el pie que ha supuesto adoptar y blanquear las soflamas de la ultraizquierda. Del enorme error de convertir a personas de prestigio en ministros-loro que, en vez de defender sus ideas, la cordura y lo que nos une, se han convertido en portavoces de prensa de Podemos. Y luego, tristemente, les explota en la cara.
No podemos dedicarnos a destruir al adversario político blanqueando el mensaje de que todo está supeditado a las necesidades extractivas de los gobiernos, que todo el mundo es sospechoso ante la voracidad impositiva.
No podemos poner a la sociedad al servicio del poder político, sino al revés.
Espero que nuestro Gobierno deje de tratar a los ciudadanos y empresas como cajeros automáticos, que nuestros ministros dejen de pensar que todo el mundo tiene margen para que le quiten más dinero de su bolsillo (menos ellos), que dejemos de pensar en lo que hay que recaudar para mantener el gasto clientelar, sino en lo que hay que hacer para crecer, atraer empleo e inversión y ser líderes y, como consecuencia, recaudar mejor. Que dejemos de pensar en que los problemas de España son culpa del otro que no nos paga la fiesta.
La única sociedad instrumental que nos debe preocupar es lo que el populismo destructivo quiere imponer en el debate: la sociedad española como instrumento de su control político.
Cuando el mensaje que trasladas a la sociedad es confiscatorio y amenazador, querido Gobierno, solo alientas la tempestad que hundirá tu barco.