Mitterrand carecía del más mínimo interés por la teoría política y económica; su programa consistía en todo aquello que le permitiese alcanzar y, más tarde, perpetuarse en el poder. Era, por decirlo así, un animal político puro, que procuraba no adherirse a ninguna idea, fuera de izquierda, de derecha o mediopensionista, que pudiera hacerle perder un voto.
La mayoría de los políticos, en cambio, realizan esos equilibrios sobre el alambre entre sus convicciones teóricas y los deseos de los votantes, que en los grandes partidos forman un grupo heterogéneo con algunas cosas en común, generalmente importantes, y muchos desacuerdos, que dejan a un lado porque el rival suele ser mucho peor. Por eso pueden llevar en su programa más o menos lo que quieran para intentar ganar votos siempre y cuando no afecten a aquello que su electorado considera crucial o que, sin serlo, lo une frente al partido de enfrente.
Somos cada vez más los convencidos de que Rajoy confía en exceso en la movilización que provoca la presidencia de Zapatero para hacerse perdonar las puñaladas en la espalda de los votantes que considera seguros y firmes. Debería recordar lo rasuraditas que les han quedado las barbas a Piqué y Matas y mirar al espejo lo lustrosa que tiene la suya antes de volver a reírse de quienes votan de acuerdo a principios y no a siglas, que es la mayor parte de su electorado. Porque entre las innumerables traiciones, pequeñas y grandes, hay que sumar una más: en el consejo asesor que elaborará el programa electoral y que dirige Juan Costa (sí, ese que considera el cambio climático como el mayor problema que debe abordar el PP, porque eso de España y ETA son minucias) hay otro nombre digno de mención: Beatriz Rodríguez-Salmones.
La diputada, más conocida como "la titiritera del PP", ha protagonizado desde su escaño una defensa encarnizada de los intereses del lobby de los artistas, olvidando que una de las cosas que más une a quienes la han votado para que disfrute de su sueldo y de su futura pensión millonaria es la defensa de ciertos valores frente a los ataques casi unánimes de quienes se autoproclaman "defensores de la cultura". Sus decisiones en el Parlamento han demostrado que no sólo es incapaz de atraer un solo voto a las candidaturas populares, sino que bien puede alejar unos cuantos. Por eso resulta incomprensible que Rajoy la ponga a redactar el programa electoral de su partido.
Un posible banderín electoral de enganche del PP, especialmente entre la juventud, hubiera sido la defensa de un modelo de propiedad intelectual que no se basara en conceder una patente de corso a la SGAE y sus asociaciones adosadas para que esquilmaran a los consumidores de productos tecnológicos. En definitiva, que se pusiera en contra del canon. Rajoy podrá anunciar ahora que pretende poner fin al "canon indiscriminado", pero eso no deja de ser un concepto vacío y poco atractivo. ¿Qué dejará de considerar "indiscriminado"? ¿Qué no se aplique a los móviles pero sí a las cámaras digitales? ¿En qué lugar va a colocar la línea? Porque con una frase no puede hacer olvidar ni que su partido apoyó en el Congreso la ley de propiedad intelectual que legalizó el canon ni que ha premiado a la diputada que encabezó esa postura colocándola a redactar su programa electoral, especialmente cuando el mismo Rajoy está reconociendo con ella que lo del canon, siempre que sea "discriminado", no le parece mal.
Ningún votante tradicional del PP se alejaría del partido si Rajoy se pusiera radicalmente en contra del canon, indiscriminado o no, pues no sólo no afecta a las razones fundamentales de su voto, sino que además va en contra de un colectivo que lo ataca constantemente y lo tacha de fascista sin rubor alguno ni temor a perder algún día las subvenciones que le permiten sobrevivir. A cambio, muchos jóvenes hubieran podido ver que los populares apoyaban una de sus reivindicaciones, lo que les hubiera permitido pescar en un caladero que se les resiste.
Es más, si tuvieran algo de Mitterrand o de Karl Rove, talentosos ganadores de elecciones, comprenderían que pocas cosas puede haber más beneficiosas que obligar a los titiriteros a ponerse a trabajar para ganarse al público todos los días en lugar de disfrutar de las rentas y disponer así de tiempo libre en el que dedicarse a la política, casi siempre, invariablemente, en contra del PP. Pero se ve que lo único que han aprendido de los republicanos es a hacer convenciones con globitos y bloggers.