No parece haber una base muy sólida para culpar a las redes sociales del auge del nacionalismo.
Correlación no es igual a causalidad. Que dos acontecimientos hayan coincidido en el tiempo puede deberse a que el primero causa el segundo, a que el segundo causa el primero, a que los dos han sido causados por una tercera variable o al mero azar. De todas estas posibilidades, sin embargo, tendemos a seleccionar aquella que encaje mejor con nuestros prejuicios ideológicos por mero sesgo confirmatorio. Así, por ejemplo, durante los últimos años hemos vivido dos fenómenos que algunos se han empeñado en conectar causalmente: por un lado, el desarrollo de las redes sociales como herramienta de comunicación de masas y, por otra, el auge del populismo nacionalista.
La hipótesis que algunos han deslizado es que las redes sociales generan una cámara de eco donde nuestras ideas previas son amplificadas y aisladas del resto de argumentos contradictorios. De este modo, si las personas ‘de derechas’ solo siguieran en redes sociales a comunicadores y a otros ciudadanos ‘de derechas’, cualquier mentira difundida desde algún nodo de la red terminaría trasladándose rápidamente al resto sin que fuera disputada por nadie externo a la misma: se convertiría en una verdad aparentemente conocida, compartida y verificada por todo el mundo cuando, en realidad, se trataría de un simple ‘fake’.
Que las redes sociales pueden generar un efecto cámara de eco es algo bastante obvio; sin embargo, que la cámara de eco generada específicamente por las redes sociales sea la razón principal detrás del auge del populismo nacionalista es algo bastante menos obvio. A la postre, existen al menos dos lagunas en este argumentario que sería necesario rellenar antes de emitir un juicio muy taxativo al respecto. Primero, ¿por qué las redes sociales generan un efecto cámara de eco apreciablemente superior al que ya existía antes de las redes sociales cuando las personas podían segmentar de acuerdo con su ideología los periódicos (o periodistas) que leían, las tertulias de radio que escuchaban, los programas de televisión que miraban, los libros que hojeaban o incluso las personas con las que hablaban sobre política?
Acusar a las redes sociales de crear un efecto cámara de eco excepcionalmente alto parte de la presunción de que cuando los flujos de comunicación estaban en manos de los medios tradicionales, estos se encargaban de transmitir una visión objetiva e imparcial de la realidad a los ciudadanos, pero también podría estar dándose el caso de que el oligopolio de los flujos de información por parte de esos medios tradicionales estuviera facilitando que ellos mismos crearan una cámara de eco propia dentro de la que hacían reverberar aquellas ‘fake news’ que ellos deseaban que reverberaran. Segundo, ¿por qué se presupone que el efecto cámara de eco resulta mucho más beneficioso para el populismo de derechas que para el de izquierdas? Si las redes sociales tendieran a polarizar en igual medida los distintos perfiles ideológicos, lo que cabría esperar son opiniones más radicalizadas en todos los frentes, pero no un auge victorioso del populismo nacionalista. Parecería, pues, que se esté presuponiendo o que solo el populismo de derechas recurre a la mentira o que el populismo de derechas es más eficiente a la hora de transmitir mentiras que el de izquierdas, pero nada de todo ello resulta autoevidente.
Así pues, si las redes sociales no generaran mayor cámara de eco que los medios tradicionales y si, además, no existiera un escoramiento de ese eco hacia el populismo de derechas, la asociación entre redes sociales y auge del populismo nacionalista resultaría totalmente infundada. ¿Qué nos dice la evidencia empírica al respecto? En un reciente ‘paper‘, los profesores Shelley Boulianne, Karolina Koc-Michalska y Bruce Bimber estudian en qué medida el apoyo ciudadano al populismo nacionalista en EEUU (Trump), Reino Unido (UKIP) y Francia (Frente Nacional) puede explicarse por cámaras de eco tanto ‘online’ (cuánto tiempo dedica a informarse políticamente a través de la red y en qué medida esa información concuerda con sus opiniones preconcebidas) como ‘offline’ (si habla habitualmente con personas de otra etnia o clase social, así como cuánto tiempo dedica a informarse a través de los medios tradicionales y en qué medida esa información concuerda con sus opiniones preconcebidas). Y los resultados son claros.
Primero, que una persona se meta dentro de una cámara de eco (que solo se relacione con gente similar o que solo se informe a través de medios que refuercen sus ideas preconcebidas) no es una característica que nos pronostique su apoyo al populismo de derechas (el sectarismo se da en todas las partes del espectro ideológico y no especialmente en la derecha nacionalista); segundo, el consumo de información política a través de medios tradicionales tampoco pronostica el voto al populismo de derechas en ninguno de los tres países analizados; tercero, el consumo de información política a través de internet tampoco pronostica el voto al populismo nacionalista en Francia y Reino Unido y, de hecho, mantiene una relación inversa con el apoyo a Trump en EEUU (más consumo de información política vía internet, menos apoyo a Trump). Por tanto, las redes sociales no permiten explicar la proliferación del populismo nacionalista: es más, el único efecto de cámara de eco relevante que hallan los autores para explicar ese auge es el que se produce en las conversaciones políticas ‘offline’ entre personas que mantienen ideas similares. El populismo de derechas se transmite más por el boca a boca de la calle que por internet.
Puede que la experiencia de EEUU, Francia y Reino Unido no sea extrapolable a otros países como Alemania, Holanda o España, pero de momento no parece haber una base muy sólida para culpar a las redes sociales del auge del nacionalismo. Quienes desearían recuperar un control oligopolizado de los flujos de información deberán buscar otros responsables de este fenómeno y, sobre todo, dejar de colocar las redes sociales en el foco censor de la política.