Los resultados electorales del pasado domingo en Suecia arrojaron una estrecha victoria para los socialdemócratas (43,7% de los votos) frente al supuesto centro-derecha, que obtuvo el 39,1% de los sufragios. Pese a la nimiedad de la diferencia entre ambas opciones políticas, no han sido pocos los que se han apresurado en sentenciar que esta derrota del centro-derecha sueco ilustra el fracaso de las reformas liberalizadoras y privatizadoras emprendidas por el ex primer ministro, Fredrik Reinfeldt: fracaso especialmente visible en el ámbito de la educación.
A la postre, la calidad del sistema educativo sueco —acreditada, por ejemplo, a través de sucesivos informes PISA— ha venido hundiéndose desde que a comienzos de los 90 (por ejemplo, en el año 2000, Suecia obtuvo una puntuación en matemáticas de 510 puntos, frente a los 478 de 2012), momento en el que se reformó el sistema educativo para permitir la apertura de escuelas privadas (escuelas independientes, tal como son conocidas) financiadas con cargo al presupuesto público: un modelo muy similar a las escuelas concertadas españolas. De la correlación, pues, pasamos a la causalidad: dado que el deterioro de la calidad educativa coincide temporalmente con la apertura de centros concertados, entonces la calidad educativa se ha deteriorado porque se han abierto centros concertados. No sólo eso, a juicio de muchos el fracaso de la privatización sueca ya permite demostrar indubitadamente que el modelo privado no funciona en educación: una tesis más que discutible.
¿Privatización de la educación?
De entrada, conviene aclarar los términos: Suecia no ha privatizado la educación, únicamente se ha limitado a dar cabida a las escuelas concertadas. Una escuela concertada no es una escuela privada en un entorno de libre competencia: es una escuela que el Estado sigue sufragando con cargo al dinero de los contribuyentes. Más que al capitalismo de libre mercado, la escuela concertada se aproxima al modelo de capitalismo corporativista (crony capitalism). Por tanto, como mucho la experiencia sueca ilustraría el fracaso del modelo corporativista en educación, pero no del capitalismo de libre mercado.
Sin embargo, ni siquiera ofrece suficiente evidencia de que el capitalismo corporativista fracase en educación. ¿Por qué? Pues por una razón muy simple: sólo el 14% de los estudiantes suecos acude a escuelas concertadas; el otro 86% sigue acudiendo a la enseñanza pública. Las cifras de participación en la escuela privada o concertada se hallan, de hecho, por debajo de la media de la OCDE, donde alcanzan el 20%. Y los resultados medios de la OCDE en PISA superan a los de Suecia.
Es más, los países o regiones con un mayor porcentaje de alumnos en la escuela privada son Macao, Hong Kong, Holanda e Irlanda (todos ellos, con más del 50% de alumnos en la privada y, en el caso de Macao y Hong Kong, con más del 90%); países que se encuentra en lo más alto del informe PISA: baste decir que todos obtienen más de 500 puntos en las tres disciplinas que mide PISA (frente a los 485-478 de PISA), que Hong Kong supera a Finlandia en las tres materias y que Macao y Holanda la superan en matemáticas). Por tanto, la educación privada y concertada no está ni mucho menos reñida con una excelente calidad frente a la pública (de hecho, la concertada y la pública en el fondo no son tan diferentes: contenidos regulados por el Estado y financiación obtenida coactivamente del contribuyente).
De hecho, no olvidemos que incluso la privada y concertada española, una vez se la corrige por el distinto nivel socioeconómico de sus alumnos, obtiene resultados muy similares a los de la pública finesa. Por tanto, con estos contraejemplos difícilmente el fracaso de la educación concertada de Suecia ilustra siquiera el fracaso del modelo concertado (no hablo ya del modelo verdaderamente privado y libre).
¿Ha fracasado la escuela concertada en Suecia?
Sin embargo, en realidad, ni siquiera puede afirmarse con un mínimo de seguridad que el modelo sueco de escuelas concertadas haya fracasado. De entrada, es difícil hacer naufragar todo un sistema educativo con apenas el 14% del alumnado. Pero es que el propio informe PISA, de hecho, se manifiesta en contra de esta posibilidad: “En Suecia no existe ninguna diferencia significativa entre los estudiantes que acuden a las escuelas privadas y a las escuelas públicas, una vez ajustado su situación socioeconómica. Entre 2003 y 2012, la puntuación de las escuelas pública se deterioró en 33 puntos, mientras que la de las privadas cayó en una menor pero no significativa magnitud de 25 puntos”. Es decir, que las escuelas concertadas, si acaso, han contribuido a mejorar la nota media del sistema.
Esta misma conclusión se desprende de un reciente estudio del Ministerio de Trabajo sueco. Según el informe: “Hemos hallado que un aumento del porcentaje de escuelas independientes [concertadas] mejora los resultados medios en la última etapa de la escolarización obligatoria así como los resultados educativos de largo plazo. Estos hemos son muy robustos frente a otras posibles explicaciones como la inflación de notas o las tendencias previas a la reforma de 1992”. No parece demasiado verosímil que un tramo marginal de la educación sueca, que obtiene mejores resultados que el tramo público y que, en consecuencia, tiende a mejorar las calificaciones medias del sistema, sea el responsable del sostenido deterioro de su calidad.
Entonces, ¿a qué se debe este imparable hundimiento de la calidad del sistema educativo sueco? Sinceramente, carezco de una respuesta concluyente, pero hay otras explicaciones mucho más factibles que no suelen mencionarse en tanto no son tan fáciles de instrumentar políticamente.
Primero, empecemos por los factores que no parecen ser responsables: la culpa del deterioro educativo no la tiene la falta de gasto (Suecia gasta más de 95.000 dólares en formar un estudiante, el décimo país que más gasta de la OCDE y por delante de Finlandia); tampoco la aglomeración de estudiantes en las clases (las ratios de profesor-alumno y de alumno por clase están por debajo de la media de la OCDE); la tampoco la segregación curricular (todos los estudiantes siguen el mismo plan de estudios hasta los 16 años); tampoco las abusivas repeticiones de curso (solo un 4% de los suecos ha repetido alguna vez curso, frente al 12% de media en la OCDE); tampoco la inmigración (aunque la población inmigrante ha aumentado en los últimos años, caen tanto los resultados de los inmigrantes como de los nativos: es más, caen con mayor intensidad los de los nativos).
¿Qué otras explicaciones podrían explicar la diferencia? El menor número de horas escolares (un alumno de 15 años está 741 horas en clase, frente a las 942 de la media de la OCDE), la escasa disciplina que se vive en las aulas suecas (el 34% de los estudiantes comunica que sus compañeros impiden el normal desarrollo de las clases, frente al 28% de media de la OCDE), el absentismo/retraso de los alumnos (Suecia tiene el mayor porcentaje de la OCDE en retrasos de los estudiantes para llegar a clase: el 56% llegan tarde frente al 35% de media), la escasa implicación del profesorado en la formación del alumno (el 21% de las escuelas sufre de absentismo/retrasos del profesorado frente al 13% de media), los nuevos métodos pedagógicos implantados por el Estado a partir de 1992 o, sobre todo, la escasa autonomía de las escuelas suecas (sólo el 24% de las escuelas escoge el currículum frente a la media del 36% de la OCDE).
Cualquiera de las anteriores explicaciones resulta más factible que el escaso peso que exhibe la concertada: muy en particular, la menor autonomía con la que cuentan las escuelas suecas (pues la autonomía permite experimentar diversos tipos de métodos formativos y pedagógicos para comprobar cuál funciona mejor para cada estudiante o grupo de estudiantes en particular).
La educación, también cuestión de libertad y diversidad
Pese a todo lo anterior, imaginemos por un momento que una organización estatalmente castrense de la educación arrojara mejores resultados en competencias básicas como la aritmética, la lectura o la escritura que la educación privada y que además resultara más barato (en realidad, ni una cosa ni la otra: en España, por ejemplo, la educación es mala y cara). ¿Significaría ello que la educación pública es necesariamente superior a la privada? No: la educación no es sólo una cuestión de estrecha eficiencia técnica, sino también de libertad y diversidad.
Resulta en sí mismo valioso que los estudiantes (o sus tutores) puedan escoger aquellas materias curriculares y aquellos métodos pedagógicos que mejor se adapten a las necesidades de cada niño: ni todas las personas son iguales —no tienen las mismas habilidades, capacidades, gustos o aficiones— ni tiene sentido querer reducirlas proustianamente a un mínimo común denominador. Tampoco tiene sentido que se imponga a los estudiantes materias adoctrinadoras contra las que razonablemente podrían objetar en conciencia. La formación de las personas les corresponde, en primera instancia, a esas propias personas o a sus tutores: no al Estado.
Por consiguiente, si la demanda educativa exige libertad, variedad y heterogeneidad, la oferta deberá proporcionarlas. Pero una oferta diversa y libre no se consigue, por definición, planificando y encorsetando la diversidad y libertad, sino permitiendo la libre competencia de modelos de educación: es decir, privatizando la educación. Un sistema educativo libre y competitivo (con ayudas privadas y subsidariamente públicas a las familias de menor renta) es el mejor camino hacia una educación que enriquezca humana y profesionalmente a los alumnos. Suecia no es un ejemplo de esta educación libre y competitiva —no sólo porque el 86% de la educación sea pública sino porque, muy revelaradoramente, el homeschooling está enormemente restringido en Suecia— y solo por ello, al margen de los resultados de PISA, ya merecería un suspenso.