Grecia ya no es rehén ni de los mercados, ni de la Troika, ni de su casta partitocrática ni de su oligarquía empresarial. Tampoco hay necesidad de que lo siga siendo del euro o de su deuda cienmilmillonaria. Con el poder absoluto en manos de Syriza, Grecia recupera su soberanía. Ya no hay excusas: el programa de la izquierda de casta, del socialismo pata negra, puede aplicarse sin templar gaitas en el primero de esos países rescatados por Bruselas que jamás debieron ser rescatados de su propia irresponsabilidad.
Toca, según se ha prometido, multiplicar el gasto público para enterrar cualquier atisbo de austeridad presupuestaria, crear 200.000 empleos estatales, relanzar la obra pública para estimular olímpicamente la actividad, subir los impuestos estableciendo un tipo marginal máximo del 75% sobre la renta, nacionalizar "sectores estratégicos" como la banca y, sobre todo, decretar una nueva quita del 50% sobre la deuda pública.
Ciertamente, lo lamentaré por los ciudadanos griegos, tanto por aquellos que votaron a Syriza seducidos por las falacias del populismo como, sobre todo, por aquellos que no lo hicieron, conocedores del desastre que supondría aplicar semejante programa. Pero, por desgracia, cuando la mayor parte de los ciudadanos de un país ha interiorizado valores e ideas absolutamente disfuncionales para la convivencia cívica y para el progreso compartido, el desastre deviene inexorable de un modo u otro: mientras el arribismo y el revanchismo prevalezcan sobre el respeto mutuo, la armonía social permanecerá quebrada.
Llegados a este punto, sólo cabe esperar que Syriza cumpla la totalidad de su programa lo antes posible. Que lo cumpla, además, sin interferencias externas de ningún género: ni para penalizarles ni para privilegiarles; es decir, ni bloqueos comerciales ni tampoco inyecciones de liquidez por parte del BCE que contravengan sus propios estatutos. Reglas iguales para todos y que cada cual, dentro de esas reglas, actúe como mejor considere, asumiendo responsablemente las consecuencias de sus actos.
En ocasiones resulta imprescindible que unos pocos se equivoquen para que todos los demás no lo hagan. De los visibles errores ajenos puede aprenderse mucho más que de los ignotos aciertos propios; por eso, por ejemplo, las quiebras empresariales son tan importantes: porque ponen de manifiesto para todos el camino que no debe seguirse. Es verdad que, pese a la elocuencia de ciertos fracasos, no existen garantías de que el ser humano no opte por tropezar dos, tres o veinte veces en la misma piedra. Pero, desde luego, las probabilidades de no repetir en nuestras propias carnes los fiascos ajenos se maximizan cuando el fiasco ajeno deja de ser un simple hipotético y pasa a convertirse en una realidad palpable.
Por eso Syriza debería conciliar el mayor apoyo internacional posible para que ejecute con la mayor premura la totalidad de su programa: sus votantes y simpatizantes deberían exigírselo por elemental coherencia; el resto de europeos no simpatizantes, por simple supervivencia. Es hora de pasar de las palabras a los hechos y de los hechos a la responsabilidad.