El PP es hoy un hervidero de intrigas sordas, todos están a disgusto, en privado todo son censuras y querellas, en público todo silencios
Cada día es más evidente que la partida que el 21 de diciembre se sentó a jugar Rajoy no era la del ajedrez común, sino la del conocido como ajedrez de perdedores, variante que consiste en perder todas las piezas antes que el contrario. Hasta aquí todo bien. Jugar a ver quien pierde antes requiere estrategia y tiene un objetivo claro: ganar, porque, aunque se llame de perdedores, uno de los jugadores gana.
La partida que está jugando Rajoy tiene, sin embargo, sus peculiaridades y asimetrías. Está dispuesto a sacrificar todas las piezas necesarias menos la del rey. Esta modalidad tiene la singularidad de que el rey carece de valor especial alguno, es una pieza más al mismo nivel que un peón o una torre. Esa lógica se la aplica tanto a Sánchez como a Rivera, pero no a él. Ellos son los que se tienen que ir porque han fracasado. No repara en el detalle de que si están jugando a esto es porque los tres han fracasado. De lo contrario ya habría formado Gobierno y tendríamos por delante cuatro años más de inclemente sorayato.
Las reglas del ajedrez de perdedores indican que hay que capturar obligatoriamente cuando se está en posición de hacerlo. Eso tampoco lo cumple. Coloca sus piezas al alcance del contrario para que den cuenta de ellas pero él no hace lo propio por no se sabe bien que razones. Y ahí tenemos el caso de los EREs como demostración. Su obligación era capturarlo, emplearlo como está empleando PSOE o Ciudadanos el cenagal valenciano, pero no lo ha hecho ni previsiblemente lo hará. Y quien dice los EREs dice el caso Besteiro que le acaba de estallar en la cara al infeliz de Sánchez.
El planteamiento en sí es delirante y le conduce directo a la derrota. Si el destino de todo lo que hay sobre el tablero es salir de él, ¿por qué personalmente se blinda? Cuando no quede una sola pieza a excepción de la suya, ¿quién habrá ganado? Voy más lejos, ¿por qué no ha hecho un solo movimiento y sigue atornillado al escaque de salida? No solo no negocia, es decir, que no se mueve por el tablero, también se ha negado a moverse de su sitio. Sigue, como el don Tancredo aquel que se colocaba impertérrito a la salida de chiqueros subido en un taburete, haciendo la estatua confiado en que el toro pase de largo.
Los que, en tiempos, se empleaban de don Tancredo eran pobres diablos que se jugaban la vida porque estaban sin blanca. Quizá Rajoy esté en las mismas, pero los dos juegos son incompatibles. O resiste con la remota esperanza de ganar o desaparece antes que los demás y regala a su partido la posibilidad de salvar la ropa entrando en un Gobierno de coalición con las otras dos fuerzas constitucionalistas. Este cálculo elemental lo han hecho en las sedes de toda España, pero nadie dice esta boca es mía. El PP es hoy un hervidero de intrigas sordas, todos están a disgusto, en privado todo son censuras y querellas, en público todo silencios y fingimiento. Nunca tuve al PP por un partido de valientes. Para que vamos a engañarnos, es lo que es y lo fundó quien lo fundó. Sus dirigentes, los que cortan el bacalao, llevan ahí toda la vida, a diez metros de Génova les empieza a faltar el oxígeno, a veinte se derrumban y mueren asfixiados.
Precisamente por eso deberían echarle algo de valor. Si algo hemos aprendido en los dos últimos años de política española es que un grupo de gente joven y decidida con las ideas claras puede tambalear los cimientos de un país entero. ¿Qué no hará un grupo así con un partido cuyas estructuras están vencidas por el tiempo y la podredumbre? Poco hay que perder y mucho que ganar. Ese es, además, un escenario que los marmolillos de la Moncloa ni siquiera han contemplado. Se saben protegidos por una tradición de obediencia que se remonta a los primeros tiempos. Pero las tradiciones no duran siempre. Quizá haya llegado el momento de los Casios y los Brutos del PP, el momento de que den la cara quiero decir. Los de hace veinte siglos lo hicieron por salvar a la República. Los de ahora salvarían, además, al partido de una destrucción segura.