La solución, vistos los bochornosos ataques de algunos taxistas a los vehículos VTC el pasado agosto, es tener los mercados más abiertos posibles.
Una consigna utilizada por Unauto, la patronal de los vehículos de arrendamiento con conductor (VTC) fue “en el futuro cabemos todos”. El mensaje, claramente, apuntaba a desactivar las reacciones y metas más extremas de las asociaciones del taxi, y proponer una coexistencia pacífica entre los dos tipos de transporte. Sin embargo, ¿quién está en condiciones de determinar cuántos oferentes “caben” en un mercado?
En el caso del taxi es la Administración la que responde: yo, y establece el número que “cabe”. Esta intervención en los mercados puede dar lugar a una situación de privilegio, que se medirá por el precio de las licencias: en la medida en que haya una restricción de la oferta, los beneficios presentes y (sobre todo) los futuros, dispararán ese precio, como hemos visto en España, hasta superar varias veces el precio del vehículo en cuestión.
Una vez llegada esta situación, la propia distorsión creada por el intervencionismo animará la llegada de nuevos competidores, que sortearán la mencionada restricción de la oferta, bien legalmente, o ilegalmente, o alegalmente. El conflicto está servido, y habrá razones para el descontento por parte de todos. Los VTC aducirán la libertad de mercado y los taxis la “competencia desleal”. Ha habido conflictos en nuestro país y en otros.
Ahora bien, por mucho que lo demanden, los taxistas que pretendan acabar con Uber y Cabify muy probablemente no lo conseguirán. No hay ni habrá puertas en el campo, y la economía colaborativa y las nuevas formas de transportar están aquí para quedarse. No vale argumentar que son malas para los trabajadores. Según un reciente análisis de La Caixa, la nueva economía extiende el empleo: “según Uber, un 25% de sus conductores en París estaban desempleados antes de empezar a trabajar, y muchos residían en banlieues desfavorecidas con un alto nivel de desempleo. Así, utilizando aplicaciones de la sharing economy, obtuvieron empleo e ingresos en momentos de necesidad”.
El camino es intuido por bastantes taxistas, que comprenden que: o renovarse, o morir, y procura imitar a Uber y Cabify en flexibilidad y atención; en vez de quejarse de “competencia desleal”, procuran aprender de sus rivales y pedir a las autoridades menos costes sobre el taxi antes que más costes sobre los VTC.
La solución, vistos los bochornosos ataques de algunos taxistas a los vehículos VTC el pasado agosto, es tener los mercados más abiertos posibles. Esto molestará a los taxistas que no se planteen renovarse. Pero al mismo tiempo, y esto es algo que molestará a los VTC, su mercado no puede estar simplemente abierto ahora, sino abierto siempre. No es descartable, en efecto, que nuevas formas de transporte, desconocidas hasta ahora, desafíen en el futuro la amigable convivencia que pueda urdirse entre los VTC y el taxi. En ese caso, no habría que permitir que los mismos VTC que ahora claman por libertad, entonces pidan que el mercado se cierre, por “competencia desleal” (imaginemos unas nuevas empresas con vehículos sin conductor…), o porque “no cabemos todos”.