Más allá no me atrevo ni a asomarme, por lo que pueda encontrar. Los hogares y las empresas españolas están todavía muy endeudados, tanto en términos históricos como en comparación con otros países. Hasta hace sólo cuatro años nos hemos lanzado a comprar casas a precios imposibles. Creíamos que podíamos porque los tipos eran muy bajos y teníamos todos trabajo. Hoy está en paro uno de cada cinco españoles que busca trabajar. Y lo de los tipos bajos se acabó.
Trichet ya ha dicho que podría subir los tipos en abril. Morgan Stanley cree que el BCE subirá los tipos tres veces este año. Tiene lógica. Los precios de los alimentos y del petróleo se están disparando y el contexto sigue siendo inflacionista. Y Francia y Alemania, que son los dos países que cuentan para el BCE, se están recuperando. ¿Le quedan años para pagar el coche? ¿Está atado a la hipoteca de su casa? Abróchense los cinturones, que diría Lorenzo Ramírez. En una situación así, con el trabajo en el aire, las deudas convertidas en una amenaza mes a mes y los impuestos cada vez más altos, lo lógico es lo que están haciendo las familias españolas, que es ahorrar.
Frente a ello, el Gobierno no hace las reformas necesarias para que nuestra economía sea más productiva. Por el contrario, el secretario de Estado de Economía llama a los españoles a consumir más para lograr una mejora en la tasa de crecimiento que sería un efecto puramente estadístico (el consumo supone el 70 por ciento de la contabilidad del PIB) a costa de la verdadera recuperación.
Sólo la perspectiva de una subida de tipos es motivo para preocuparse. Pero se suma el precio del petróleo, que rondará o superará los 100 dólares durante un largo tiempo. Y, de nuevo, esto hace especial daño a la economía española, que entre las grandes es de las más dependientes del petróleo del mundo. En 2009, Corea del Sur pagó con más del 6 por ciento del PIB la factura del petróleo, e India con algo más del 4 por ciento. Les siguen por encima del 2 por ciento España y China y, a partir de ahí las demás. Garoña ahorra todavía 5,6 millones de barriles, poco menos que lo que ahorraría una España a 110 kilómetros por hora; nos podríamos haber evitado ambos. No queda otra que rebajar el consumo, ahorrar lo que se pueda y reducir el endeudamiento. Hasta que escampe.