La cosa se pone dura, porque los sindicatos se saben totalmente respaldados por el Gobierno. Saben (es una especie que ha recorrido ya toda la prensa) que Zapatero quiere ser el primer presidente de la democracia al que no se le monta una huelga general y su sola mención les permite tener al Gobierno de rodillas. Además, en el mundo ideológico de Pin y Pon en que se mueven sus votantes, los sindicatos son los buenos y los empresarios los malos. Eso le sirve a él para comunicarse eficazmente con ellos, pero también le resta margen de maniobra. En caso de duda ya sabe con quién estar y con quién no.
Entonces salta la violenta oposición entre dos fuerzas. Por un lado, Zapatero ha hecho del "diálogo social", lo que antes llamábamos "democracia orgánica", su apuesta para apuntalar su poder y ganarse la paz social. Por otro, ese diálogo no vale de nada (bien lo sabe el infeliz) si no resulta en un pacto que repique en los medios de comunicación para remarcar su capacidad política y remachar la soledad del PP, su posición con un pie fuera del sistema, todavía criticando la política del Gobierno cuando es, después del pacto, "la de todos". Y ese pacto sólo puede tener los términos que quieran los sindicatos. Es decir, que para los empresarios sólo puede ser un "trágala". Lo toman o lo deja. "No sabe con quien está usted hablando", le dijo, con otras palabras, Zapatero a Díaz Ferrán. ¿No quería Díaz Ferrán un Kit Kat en la economía de mercado? Pues lo tiene ahora de trágala sindical.
A Ferrán le debemos reconocer que no haya firmado un acuerdo cobarde, criminoso y ruinoso, y que haya respondido a la chulería del presidente llamándole "mentiroso". Sólo espero que se aclare las ideas sobre la libertad económica y que reconozca ante los micrófonos (abiertos, es decir) lo que piensa de él. Y, sobre todo, que se planteen, él y sus asociados, si no sería una buena idea dejar de ser tan miserablemente cobardes y ponerse a defender, con todos sus medios, a la sociedad civil. Para evitar zapateradas, entre otras cosas.