Resulta políticamente incorrecto decir que los científicos no están de acuerdo en la influencia del ser humano sobre el clima a pesar de ser la pura verdad. En mayo de este año dos conocidos científicos, Hans von Storch y Dennis Bray publicaron los resultados de una macroencuesta a 530 climatólogos en 27 países. Preguntados acerca de en qué medida están de acuerdo o en desacuerdo con que el cambio climático es sobre todo resultado de causas antropogénicas, el resultado fue que, en una escala de 1 (completamente de acuerdo) a 7 (completamente en desacuerdo), la media resultó ser 3,62; una contestación alejadísima del supuesto consenso.
Rajoy también acertó al decir que el cambio climático no es el mayor problema al que se enfrenta la humanidad. Parece mentira que una declaración tan sensata pueda generar polémica alguna. Nos enfrentamos hoy a problemas tan dramáticos como la malaria, el sida o el difícil acceso a en muchas sociedades al agua potable que causan la muerte de millones de personas cada año. Poner los posibles efectos lejanos en el tiempo del cambio del clima al mismo nivel de los problemas acuciantes a los que nos enfrentamos hoy denota una total falta de sensibilidad así como un completo desconocimiento del principio de la preferencia temporal por el que los seres humanos valoramos menos beneficios y costes futuros que presentes.
Por otro lado, la idea de que el calentamiento del planeta es el más importante de todos los problemas se desmorona tan pronto se le pregunta a los ecologistas sobre su postura frente a soluciones que no impliquen racionamiento. ¿Energía nuclear? “Ni hablar”, ¿filtros de CO2? “demasiados riesgos (SIC)”, ¿desgravaciones fiscales a las nuevas tecnologías? “no, si acaso más impuestos sobre las emisiones de CO2”. Todas estas soluciones compatibles con las libertades económicas parecen representar para los ecologistas problemas más importantes que el cambio climático.
Mariano Rajoy dio en el clavo al afirmar que el cambio climático es un problema sobre el que tenemos que estar vigilantes pero que ni existe un consenso científico sobre sus causas y efectos ni podemos ponerlo a la altura de los problemas más apremiantes a los que se enfrenta el ser humano. El pensamiento único intervencionista no le perdona su valentía. El resto se la agradecemos.