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Trump vs Biden: ¿unas elecciones robadas?

Publicado en Disidentia

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Mucho hemos tardado en saber que Joe Biden es el nuevo presidente de los Estados Unidos, y ni siquiera eso lo podemos dar por seguro. Ya hemos vivido esta situación en 2000, cuando tuvimos que esperar cinco semanas para saber que 537 votos de diferencia convertían a George W. Bush en el 43 presidente de la república.

Pero quizás nos tengamos que remontar un poco más atrás, al recuento en Cook County, en Chicago, en las elecciones presidenciales de 1960. La maquinaria política demócrata, que conocía los vericuetos para obrar malabarismos con los votos allí, volvió a funcionar para arrojar una ventaja escasa, pero suficiente, en el Estado de Illinois: 8.858 votos.

Por otro lado, Kennedy había elegido como candidato a la vicepresidencia al senador Lyndon Johnson, a quien abierta y sinceramente aborrecía, porque necesitaba la victoria de Tejas. Lo que Kennedy necesitaba de Johnson no era su popularidad en el Estado, sino su acreditada capacidad para manipular las elecciones.

Nixon llegó a la conclusión de que le habían robado la presidencia en sus narices. Cierto o no, ese era el convencimiento del vicepresidente Nixon. Pero una cosa es dar por seguro que algo ha ocurrido y otra probarlo, y como Nixon no contaba con las pruebas, se tragó su orgullo, engulló su ambición y reconoció a John F. Kennedy como presidente.

¿Estamos ante eso? ¿Le ha robado la maquinaria demócrata la presidencia a Donald J. Trump? Es verdad que hemos visto situaciones extraordinarias en estas elecciones.

Judicial Watch ha realizado un estudio muy sencillo, en su concepción: La organización comparó el número de votantes que tienen el derecho legal de ejercer el voto, con el número de esos votantes que se han registrado para poder hacerlo. Lógicamente el número de votantes registrados será igual o menor a todos los que tienen el derecho de hacerlo. Pero Judicial Watch observó que en 352 condados, pertenecientes a 32 Estados de los Estados Unidos, había más votantes registrados de los que legalmente pueden ejercer el voto. Suman 1,8 millones de votantes fantasma. Por supuesto, nada impide que en el resto de condados no se produzca el mismo tipo de fraude, sólo que en ellos no ha llegado tan lejos como para registrar más votantes de los que tienen derecho.

Por otro lado, una comisión de los partidos liderada por Jimmy Carter y James Baker III, en 2005, alertó sobre las enormes posibilidades de cometer fraude en el voto por correo. Las principales preocupaciones del informe eran la intimidación y la compra de votos.

Esto demuestra que el sistema de recuento de votos es muy débil en los Estados Unidos, y que las opciones para manipularlo no son pocas. Pero no demuestran que Biden haya llegado a la presidencia de forma ilegítima. Aún así, es aún pronto para que Trump siga el ejemplo de Nixon y le conceda al chorlito Joe Biden (“Obama y yo hemos creado el programa más extenso y comprensivo de fraude electoral en América”, dijo hace días) que es él el vencedor de la elección.

Pero hay numerosos casos que, como poco, nos deben hacer frotarnos los ojos. En 47 condados del Estado de Michigan, el sistema informático contaba los votos a Donald Trump como si fueran votos a Joe Biden. Así, 6.000 votos que fueron a un candidato habían sido asignados a otro. En Georgia se ha registrado el mismo error de software, y con el mismo sesgo. En el condado de Chatham, en Georgia, se recibieron miles de votos por correo después de las siete de la tarde que fija el plazo máximo. Y luego se mezclaron con los votos válidos. También está en disputa.

En Michigan, los funcionarios comenzaron a contar votos por correo a pesar de no estar presentes los inspectores de ambos partidos, como señala la ley del Estado. Trump le sacaba a Biden una ventaja de 67.000 votos con el 99 por ciento escrutado. Literalmente el recuento de última hora es lo que, en principio, le llevó a remontar esa desventaja y le ha otorgado sus 16 votos electorales.

En un suburbio de Pennsylvania, el servicio postal de los Estados Unidos no selló decenas de miles de votos en la fecha prevista. El juez del distrito otorgó, contraviniendo las leyes del Estado, una extensión del plazo de tres días para realizar esa labor. El Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha ordenado que se mantengan separados los votos recogidos fuera de plazo.

Pero vamos a acercarnos un poco más a los votos por correo. Se dice que el aumento del voto por correo se debe al temor de la gente mayor a la amenaza del COVID. Este planteamiento no casa con que con que a más edad del votante aumenta el voto hacia el presidente Trump. A partir de aquí, seguiremos un análisis de la web The Red Elephants.

Sabemos que el voto por correo ha favorecido a Joe Biden en varios Estados clave. La diferencia es espectacular, y en realidad desafía lo que podemos esperar del comportamiento electoral. En Pennsylvania el voto por correo a Biden ha superado al entregado a la candidatura de Trump por 60,5 puntos, según informa The New York Times. Hay que recordar que el día de las elecciones, Trump sacaba una ventaja a su rival de casi 800.000 votos. El recuento de los votos por correo hizo desaparecer esa diferencia. Y cuando Biden supera a Trump por unos pocos miles de papeletas, (con noticias como “dos nuevas sacas de papeletas en Pennsylvania de 23.277 votos para Biden”), los medios calcularon que el medio millón largo del resto de votos por correo le daban el Estado al demócrata.

Se dan más situaciones extrañas en Pennsylvania, como la participación récord de los ciudadanos de 90 o más años, que triplica el mejor dato registrado en los últimos doce años y multiplica por un factor de seis la media. Un estudio denuncia que hay 21.000 muertos que han participado en estas elecciones.

Sigamos. En Michigan, la diferencia entre Biden y Trump en voto por correo, siempre según The New York Times, es de 37,9 puntos. Pero según la NBC, un 41 por ciento de las solicitudes de voto por correo eran de votantes republicanos, por un 39 por ciento de demócratas (la mayoría del resto serían votantes registrados como independientes). En Wisconsin, un 43 por ciento de las solicitudes de voto a distancia era de votantes republicanos, por un 35 por ciento de los demócratas.

Una de las características más sanas del sistema político estadounidense es que los electores cambian el voto en las elecciones presidenciales, en las legislativas, y en las de gobernadores de Estado. Aunque la mayoría vota en bloque, un número significativo de votantes optan en tal o cual elección por votar por un partido diferente o, lo que es más común, por la abstención. De hecho hay ciertos comportamientos interesantes que se repiten, como que en las primeras elecciones a mitad de mandato los electores le suelen dar la espalda al partido del presidente. Bien porque llegue el desencanto, bien porque no quieren que acumule demasiado poder. En las elecciones de 2018 se volvió a cumplir esa norma: aunque el Partido Republicano mantuvo el Senado, los demócratas recuperaron la Casa de Representantes.

Dicho todo eso, sorprende sobremanera la diferencia de voto a los partidos en las elecciones legislativas, sobre las que no recae sospecha alguna de fraude, y en las presidenciales. Y todos en el mismo sentido: la diferencia en el Partido Republicano es pequeña, y entra dentro de los márgenes normales, pero Biden recibió en Michigan y Georgia una diferencia a su favor muy llamativa.

Hay más casos sospechosos de fraude electoral. Lo que es chocante es que van todos en el mismo sentido. No merece la pena seguir recogiéndolos. Es difícil saber hasta dónde llegan, si su reconocimiento permite una corrección, si esa corrección será ordenada por los tribunales, y si ésta llevará a proclamar a Donald J. Trump como el vencedor. No creo que se dé esa situación: Kamala Harris se convertirá en la 47 presidenta de los Estados Unidos.

Donald Trump llegó a la Casa Blanca, todos lo recordarán, para acabar con la democracia. Y probablemente le expulsen del poder en unas elecciones plagadas de irregularidades, todas a favor del mismo candidato. Y el Partido Demócrata, que alcanza la Casa Blanca para restaurar la malherida democracia en los Estados Unidos, no tiene nada que decir al respecto.

Pero lo más grave no es eso. Lo grave es que todas estas cuestiones están sub iudice: tienen que resolverse en los tribunales. El proceso electoral está sometido a la ley, y los tribunales son los encargados de asegurarse de que las elecciones no contravienen las leyes. Pero nadie ha esperado a los veredictos de los jueces. Son los medios de comunicación, no el sistema electoral sometido a la ley, los que han elegido a Joe Biden. Y eso sienta un precedente peligrosísimo en los Estados Unidos. Podría suponer nada menos que el fin de la democracia en América.

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