El conflicto entre Trump y el partido que lo postuló irá en aumento.
Ana Navarro, analista de CNN, afirma que Donald Trump debe dejar de comportarse como una «niña mala». Se refería a los últimos tuits del presidente contra Joe Scarborough y Mika Brzezinski, ambos presentadores de Morning Joe, un popular programa matutino de MSNBC. Trump llamó a Joe «psicópata» con bajos ratings de teleaudiencia (lo que es falso). A Mika, «loca», portadora de un pobre coeficiente de inteligencia (algo también falso), a quien le sangraba la cara tras una reciente cirugía plástica.
No se trata de Trump contra la prensa de izquierda. Ana Navarro es una analista republicana, abogada, criada en Miami, exembajadora de Nicaragua (su país de origen) en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra, adonde fue a defender paladinamente a los disidentes y perseguidos cubanos y de otras latitudes. Posteriormente, fue contratada por CNN para contar con su punto de vista, siempre moderadamente conservadora, ocurrente y divertida, frente a otras visiones demócratas situadas más a la izquierda.
Scarborough y Brzezinski, pareja en la pantalla y tras ella, están también más cerca del universo republicano, aunque Mika sea demócrata. Joe, antes de ser presentador, fue un abogado elegido cuatro veces al Congreso por el Partido Republicano, al que continúa adscrito. Mika es la hija del recientemente desaparecido estratega Zbigniew Brzezinski, profesor de Columbia University y zar de la diplomacia norteamericana durante el mandato de Jimmy Carter.
En el teatro español del Renacimiento se llamaba decoro a la congruencia entre el cargo que se ocupaba y el lenguaje o las ropas que se utilizaban en el escenario. La lista de líderes republicanos preocupados por la falta de decoro del presidente Trump es impresionante: Paul Ryan, presidente del Congreso; los senadores Lindsey Graham, Ben Sasse y John McCain, la congresista Iliana Ros-Lehtinen… y paro de anotar nombres para no convertir este artículo en un aburrido listín telefónico.
El argumento de Ana Navarro y de numerosas figuras republicanas es que el comportamiento de Trump no es propio del inquilino de la Casa Blanca. Como no lo fue durante la campaña endilgar sobrenombres a los adversarios o burlarse de un periodista crítico que padecía un síndrome neurológico que le producía movimientos espásticos. Eso no se hace. Es cosa de patanes, no de verdaderos estadistas, aunque sirva para conquistar los votos de cierto tipo de elector carente de empatía.
En los años cincuenta del siglo pasado existía la leyenda de que los partidos políticos estadounidenses podían enfrentarse severamente, pero cuando se trataba de la seguridad nacional actuaban de consuno. No era verdad. Nunca ha sido cierto. Los partidos políticos norteamericanos son como los del resto del mundo y llevan sus conflictos a todos los ángulos.
No obstante, hay una diferencia fundamental a favor de la experiencia norteamericana. Los legisladores de la bancada oficialista en Estados Unidos, ya sea en el Congreso o en el Senado, no están obligados a obedecer al presidente a la hora de las votaciones. La idea de la democracia representativa en el país es que los políticos representan a quienes los eligen y no a los partidos en que militan. Por eso, por ejemplo, Trump, pese a contar con mayoría absoluta en ambas Cámaras, no tiene los votos que necesita para sustituir el plan de salud conocido como Obamacare.
Sospecho que el conflicto entre Trump y el partido que lo postuló irá en aumento. Fue lo que quiso decirme un congresista republicano cuando me afirmó, confidencialmente: «Ardo en deseos de llegar al año 2020 para ponerle fin a esta pesadilla». Esperaba que Trump fuera presidente por un solo periodo.