Primero fue la introducción en Francia (y en Gabón) de la tasa sobre los billetes de avión para financiar la ayuda al desarrollo de los países pobres. Con esta manida justificación los idólatras del paternalismo estatal llevan dos siglos extendiendo los tentáculos del intervencionismo, quitando a los pobres de los países ricos para dar a los ricos de los países pobres.
Después de la iniciativa folclórica de Chirac vino el respaldo de los parlamentarios europeos a la propuesta de crear un sistema de racionamiento y comercio de emisiones de CO2 para la aviación. Vamos, que insatisfechos con el costosísimo fracaso del modelo de racionamiento de Kyoto a la hora de reducir las emisiones de CO2, los eurodiputados han pensado extender el fiasco al espacio aéreo.
A esta noticia le acompañó el anuncio de la introducción de un nuevo impuesto al sector, esta vez sobre el queroseno. El apetito de Bruselas sólo es comparable a la miopía de sus políticas públicas. Para colmo, la UE estudia la posibilidad de grabar con un nuevo impuesto el paso de aviones por el cielo europeo. Parece que lo de convertir la UE en la zona más dinámica y con mayor crecimiento del planeta para 2010 se pospone para otra década o, al menos, queda reservado para alguna actividad que se realice a ras de suelo.
Por último, la Comisión Europea ha decidido, en un arrebato de mala conciencia, obligar a las compañías a abandonar la sana costumbre de anunciar el precio sin incluir las tasas aeroportuarias de las agencias estatales y los diversos impuestos que graban su negocio. El actual sistema deja al descubierto lo cara que resulta la gestión pública de los aeropuertos para el comprador final del billete de avión y eso debe parecerles intolerable. En cambio, sencillas medidas para la mejora del sector como la privatización de los aeropuertos no están en la agenda de nuestros políticos. ¿Es que ninguno se atreverá a pedir la privatización de AENA aun después de que el mes haya terminado con la vergonzosa huelga del aeropuerto del Prat en la que los perversos incentivos de la propiedad pública de los aeropuertos han quedado patente en el respeto a los violentos y el abandono de los sufridos pasajeros?