Sufrimos con el preso S-854 por la mañana, la tarde y la noche. Sentimos el frío a través de su escuálida ropa de abrigo.
Sí, la obra maestra indudable de Alexandr Solzhenitsyn es Archipiélago Gulag. No hay sustituto posible para entender lo que supuso el olvidado genocidio soviético, ese pequeño agujero de la memoria donde entran decenas de millones de personas muertas y cuya ausencia de la conciencia pública permite que un partido como Izquierda Unida siga celebrando la revolución rusa sin ser extraparlamentario. Pero a alguien que no sabe nada del Holocausto no le vas a poner delante de la tele para que se trague las diez horas que dura Shoah, así, sin anestesia ni nada. No, le pones La lista de Schindler y si el interés no sólo no se ha satisfecho, sino que se ha avivado, entonces puede ser el momento de Lanzmann.
Un papel similar puede cumplir Un día en la vida de Iván Denísovich, la novela corta que nos pone frente a un día cualquiera de un preso cualquiera en un gulag cualquiera. Publicada en 1962 merced al empeño de Kruschev de denunciar el estalinismo como si no hubiera sido uno de sus dirigentes, se convirtió en un éxito instantáneo dentro y fuera de la Unión Soviética, convirtiéndose en un peligro para la legitimidad del régimen. El reconocimiento duró lo poco que duró Kruschev al frente, unos dos años, tras los cuales fue prohibido y el resto de sus escritos sin publicar requisados.
Iván Denísovich Shújov es un campesino con una condena de diez años acusado de espionaje por el único motivo de haber regresado al frente soviético tras escapar de los nazis. Lleva ya ocho años de su condena, pero no está nada convencido de que vaya a salir en dos años aunque sobreviva, al ser moneda corriente que al terminar se renueve la condena sin ningún motivo. Es un excelente profesional de lo único que realmente cuenta en su mundo, que es sobrevivir en el campo. A lo largo de un día lo veremos hacer favores con la esperanza de verse recompensado, ocultar sus escasos bienes en su ropa, calzado o cosiéndolos en su litera, ir a trabajar como un animal pese a encontrarse enfermo y con algo de fiebre, contar los gramos de cada comida y observar con ojo crítico el comportamiento de sus compañeros de la 104 y otros personajes clave en la vida del campo, algunos presos y otros carceleros, todos ellos basados en personajes reales.
Sufrimos con el preso S-854 por la mañana, la tarde y la noche. Sentimos el frío a través de su escuálida ropa de abrigo. Pasamos hambre mientra apura hasta la última partícula de sus magras raciones. Tememos por las mil y una circunstancias completamente fuera de su control que pueden acabar con sus huesos en el calabozo casi sin comida. Se nos desboca el corazón cuando un descuido al final de la jornada puede acabar, incluso, con su vida. Y tras pasar con él por ese infierno nos damos cuenta de que el día que nos ha contado no es un día cualquiera. Es un gran día. Quizá el mejor día que ha pasado y pasará en el campo durante su condena. Ha comido bien, la temperatura ha sido sólo de veintisiete grados bajo cero. Pero en las rendijas vemos que gran parte de sus bendiciones han sido condenas para otros. Su equipo no ha tenido que trabajar a la intemperie sin refugio alguno gracias a la pericia de su jefe de brigada, pero otros han tenido que hacerlo. No ha sido condenado al calabozo por los pelos, pero uno de sus compañeros estará allí diez días por el delito de abrigarse con una prenda no reglamentaria, y somos conscientes de que probablemente acabe muriendo de hambre por ello. Al final la mayor parte de los presos que conocemos son supervivientes profesionales, porque quienes no llegan a serlo han muerto ya.
Y después de experimentar todo esto, quizá entonces quieras leer Archipiélago Gulag. Fue lo que me pasó a mi.