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Una crítica a ‘En defensa de la Ilustración’

Publicado en Libertad Digital

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El sectarismo que muestra al referirse a la política americana es brutal.

Pocas cosas me gustan más entre las tendencias del mundo intelectual de los últimos años que los libros que nos recuerdan que, pese a todo, el mundo va bien. Se dieron los primeros pasos con En defensa del capitalismo global de Johan Norberg y El ecologista escéptico de Bjorn Lomborg, que dejaban claro que esa capitalismo global que hacía que los ricos se hicieran más ricos y los pobres más pobres mientras destruía la naturaleza en realidad estaba reduciendo la pobreza en un ritmo récord y al mismo tiempo reduciendo el impacto sobre el medio ambiente. Pero es quizá a partir de El optimista racional de Matt Ridley que este género de ensayos ha empezado a tener cierto impacto en el mundo, como indican los éxitos recientes del Factfulness del difunto Hans Rosling, Progreso de Norberg y las dos últimas obras de Steven Pinker.

Ha sido posiblemente con En defensa de la Ilustración de Pinker cuando más ha estado en boca de todos la idea de que el mundo lleva siglos, con sus dientes de sierra, mejorando de forma ostensible en todos los ámbitos que normalmente nos preocupan, desde la salud hasta la ecología, pasando por la economía, la libertad y casi todo lo que se nos ocurra. En ese sentido, es una ampliación a muchos más ámbitos de su anterior Los ángeles que llevamos dentro, que se ocupaba exclusivamente de la violencia. Se le han hecho muchas críticas injustas, desde que da por sentado el progreso a que desprecia los problemas que seguimos teniendo, pasando por que llame Ilustración, que en esencia no deja de ser una corriente de pensamiento del siglo XVIII que acabó desembocando en la guillotina y la masacre de la Vendeé, al ideal de usar la ciencia y la razón para mejorar la condición humana.

En general, las críticas que he leído contra el libro me parecen o inciertas o irrelevantes. Lo que me sigue sorprendiendo que aún no me haya encontrado con ninguna que se refiere al enorme punto ciego en el razonamiento de Pinker, y es el desastre en que se convierte la tercera parte del libro cuando trata de conciliar el pensamiento racional que tan ostensiblemente defiende con sus propios sesgos. «¿Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?», cita Pinker del Evangelio, tras una descripción descorazonadora de lo mucho que los sesgos políticos afectan a nuestro pensamiento racional. El problema es que el raciocinio del propio Pinker se cae por el retrete cuando se trata de hablar de política. Tras varias páginas lamentando la excesiva politización del debate académico y cómo las opiniones se han ido polarizando progresivamente hasta hacer casi imposible el diálogo político racional, a renglón seguido suelta esto:

En los Estados Unidos del siglo XXI, el control del Congreso por un Partido Republicano que se ha convertido en sinónimo de la extrema derecha ha resultado pernicioso, porque está tan convencido de la rectitud de su causa y de la maldad de sus rivales que ha socavado las instituciones de la democracia con el fin de lograr lo que desea. Las corrupciones detectadas incluyen el fraude electoral, la imposición de restricciones al voto destinadas a privar del derecho de voto a los votantes demócratas, el fomento de las donaciones no regulados por parte de los grupos de interés adinerados, el boqueo de las nominaciones para el Tribunal Supremo hasta que su partido controle la presidencia, el cierre del Gobierno cuando no se satisfacen sus exigencias máximas y el apoyo incondicional a Donald Trump por encima de sus propias objeciones a sus impulsos flagrantemente antidemocráticos. Cualesquiera que sean las diferencias en política o filosofía entre ambos partidos, los mecanismos de deliberación democrática deberían ser sacrosantos.

Este párrafo podría haber salido de la pluma del más descerebrado de los columnistas progres y es una opinión tan polarizada que hace temer que no se pueda hablar racionalmente de política norteamericana con el propio Pinker. Acusa a un partido de un montón de barbaridades que en casi todos los casos son achacables a los demócratas en proporciones parecidas cuando no superiores. Y olvida por supuesto todas las posibles animaladas que han hecho específicamente «los suyos». En general, los últimos capítulos del libro viven en esa dualidad, como si el ángel que lleva dentro Pinker le animara a ser racional y explicativo y el demonio lo animara a atizar a esos malvados republicanos y al pérfido Trump. Un sesgo que le lleva a identificar el populismo exclusivamente con la derecha hasta el punto de decir que la España de Podemos no tiene ningún legislador populista.

No me malinterpreten: es un problema menor dentro del libro, dado que el grueso del mismo está dedicado a explicar cómo hemos progresado y por qué. Toda esa parte es excelente e incluso en aquellos puntos en que se pueda discrepar, no ya en los datos sino en la explicación de por qué son así, los argumentos de Pinker siempre son de peso. Pero debo reconocer que el sectarismo que muestra al referirse a la política americana es tan brutal y entra tanto en contradicción con todos sus demás argumentos que me dejó desconcertado y desconfiado de toda su defensa final de la Ilustración frente a sus enemigos, al margen de sus méritos. Pero bueno, hasta el mejor maestro puede dejar un borrón.

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