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Una nueva revolución china

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La china sigue siendo una dictadura brutal, aunque por suerte no sea más que una sombra, aún sangrienta, de lo que fue: un Estado matarife como pocos en la Historia. Pero la apertura económica está arrancando a centenares de millones de personas de la pobreza y creando una clase media cada vez más amplia, que crece en riqueza como lo hace en aspiraciones; y con ellas, aumenta el conflicto con el régimen. China albergará antes de que concluya la segunda década de este siglo una de las revoluciones de mayor calado de nuestra era, cuyo resultado marcará en gran medida el carácter del XXI, como las de Francia y Estados Unidos marcaron el rumbo del XIX y la Rusa el del XX.

El presidente Hu ha endurecido la represión; la música de las propuestas de reforma para los próximos cinco años, ya veremos si la letra, suena a vieja tonada socialista. Pero, como cuando se abre una grieta en una presa ya vieja o mal diseñada, la apertura económica libera unas fuerzas que son menos controlables a cada minuto que pasa. La predicción del primer ministro Wen Jiabao de que la dictadura comunista todavía durará cien años me recuerda a François Miterrand diciendo, el 8 de noviembre de 1989, que el muro de Berlín seguiría por muchos años y que tendríamos que aprender a convivir con el bloque soviético.

Además de la presión interna, la dictadura tiene en las relaciones internacionales otro condicionamiento muy importante. China quiere ejercer de nueva superpotencia y ganar un peso que supere al de la Unión Europea e iguale el de los Estados Unidos, y sabe que una vuelta atrás en el respeto a los derechos individuales le restaría capacidad de influencia. Siempre está el camino del rearme, y en 2007 aumentará el presupuesto militar en un 17,8 por ciento, hasta superar los 45.000 millones de dólares. Pero esa carrera sólo la puede mantener si se lo permite la economía, y ésta respondería muy negativamente a una resocialización. Incluso un parón en las reformas podría ser fatal.

El modelo de cerrazón política y apertura económica ha permitido sobrevivir a la maquinaria dictatorial, e incluso la ha fortalecido. Pero tiene en su esencia una enorme contradicción que se resolverá más pronto que tarde. Bien podría ser una nueva victoria para la libertad.

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