Si confiar el preciado valor de la libertad a las afiladas garras del Estado suele provocar su asfixia y marchitamiento, confiárselo a un psicótico Estado supraeuropeo sólo podía dar pie a una portentosa degeneración social y política.
El servilismo voluntario, la sumisión ante la represión y la claudicación permanente van floreciendo con despiadada crudeza, al calor de la burocracia bruselense. No hay semana en que las noticias antiliberales no emerjan como hongos venenosos en el lodazal politiquero; no hay administración que se libre: el Estado lo corrompe todo. Veamos algunas de las últimas perlas.
Ley para la desigualdad
Si bien en otro artículo nos ocuparemos más detenidamente de la Ley de Igualdad, debemos destacar su filosofía subyacente. El Gobierno, en su fatalísima arrogancia, considera que la libertad no puede ser tolerada, ya que pare monstruos. La igualdad –el moldeamiento estatal de la sociedad– es un argumento suficiente para cercenar las libertades individuales.
La mujer –toda mujer, sin distinción alguna–, como eslabón secularmente más débil, tiene derecho a utilizar las armas represivas del Estado para alcanzar determinadas posiciones, entre ellas la dirección de las empresas.
Estamos ante un flagrante atentado contra la propiedad privada y la función empresarial; una pandilla de neomarxistas embriagados por la soberbia del poder ha decidido nombrar a los empresarios nacionales. Como si de una economía fascista se tratara, los políticos podrán decidir quién entra y quién sale de los Consejos de Administración. El ariete, como ya hemos dicho, no es más que una mal entendida igualdad, cuyo acento recae sobre el sexo del candidato.
La palabrería de la igualdad de oportunidades debe ser enterrada por la libertad de oportunidades. Son los seres humanos quienes, haciendo uso de su perspicacia y de su libertad, crean las oportunidades. Los políticos ni pueden ni tienen que garantizar nada a nadie: cada individuo tiene derecho a apropiarse de lo que descubre, de las oportunidades que él mismo ha fabricado.
La típica misoginia izquierdista no sólo institucionaliza los complejos y las mentiras; en realidad, se carga la idea misma de igualdad. No hay nada que genere más desigualdad que los favores políticos, que las castas de privilegiados, que las prebendas concedidas en función de la cuna y no de los méritos.
En el capitalismo, como ya nos recordara Mises, no hay privilegiados, pues todos, hombres y mujeres, están subordinados al consumidor. La primera desigualdad es la que surge de la potestad política para crear desigualdades: los buitres socialistas no sirven a nadie, sólo a sus propios intereses de clase. Esa es la primera de las desigualdades.
El dedo del Ministro
El Antiguo Testamento (Ex., 31,18) nos relata cómo Dios escribió los Diez Mandamientos con el dedo. Parece que algunos deicidas modernos –esa casta de buitres que pretende vivir a costa del esfuerzo ajeno–, después de matar a Dios y de expulsarlo de la sociedad con los trabucos laicistas, pretenden ocupar su puesto.
La semana pasada nos enteramos de cómo Montilla, el Condonado, ampliaba las competencias de la Comisión Nacional de la Energía "a dedo". Por lo visto, el liberticidio ejecutado por el Consejo de Ministros era insuficiente para que la operación politiquera bloqueara la operación empresarial.
Zapateando sobre el Real Decreto Ley, el cordobés no dudó en enterrar la escasa seguridad jurídica que puede proporcionar un Estado, especialmente un Estado dirigido a través de la chulería inconsciente y barriobajera.
La Unión Europea, el garante de la libertad de movimientos de personas, capitales y mercancías, no deja de ser un atrezzo más en la opereta caciquil de cada viernes. Si alguna vez existió un proyecto real para abolir las fronteras entre los Estados europeos, ese proyecto está muerto y enterrado desde hace tiempo. Cuanto queda ahora es un brindis al sol financiado con los impuestos de todos los europeos; una parodia para que sigamos creyendo que somos libres, que Uropa nos cuida de las barbaridades patrias.
Si alguien sigue considerando que vivimos en una economía capitalista y de libre mercado, debería replantearse qué parte del capitalismo sigue vigente cuando el poder político tiene la capacidad para nombrar a los empresarios nacionales y para impedir que se compre y se venda libremente en el interior de nuestro mercado.
Un seguro para crear inseguridad
También asistimos la semana pasada a la creación, por parte de la Comisión Europea, de un supuesto seguro contra el desempleo, destinado a todos aquellos trabajadores que perdieran su ocupación como consecuencia de la globalización.
Como ya vimos, nuestro continente sufre de un incesante goteo de empresas que abandonan la Unión de Repúblicas Socialistas Europeas buscando zonas menos intervencionistas. La brillante solución que han pergeñado las privilegiadas mentes de los eurócratas no ha sido otra que incrementar el intervencionismo y el parasitismo laboral.
Aparte de que los políticos llaman "seguro" a un montante de dinero que no sigue los principios actuariales (ya que el fenómeno del desempleo no es asegurable), resulta irónico que pretendan vendernos una mayor seguridad frente a la pobreza, cuando en realidad sus tejemanejes sólo promueven la ruina de la economía y la huida de Europa.
Como si de una pesadilla orwelliana se tratara, bajo el nombre de la seguridad se esconden los bandidos estatistas de toda cepa, cuyo único objetivo es multiplicar nuestra inseguridad.
La censura fallera
Por último, y para que veamos que el liberticidio no es patrimonio exclusivo ni de la Administración española ni de la burocracia bruselense, sino más bien obra y pecado de la clase política en su conjunto, no puedo dejar de mencionar la bravuconada antiliberal que el Consistorio valenciano ha venido practicando durante los últimos días en relación a las Fallas.
Como sabrán, la fiesta fallera siempre se ha caracterizado por una ácida crítica hacia todas las situaciones sociales. Ni políticos, ni religiones, ni personajillos rosas o amarillos se han librado del sarcasmo hecho cartón. Sin embargo, el Ayuntamiento valenciano, en su cruzada alianzocivilizadora (véase, en una desbocada obsesión por censurar toda opinión que no se adapte a su estrecho paradigma de la corrección y de la moralidad), ha presionado a los artistas y a la Junta Local Fallera para que autocensuren todas aquellas referencias al Islam.
Incluso en medio de este papanatismo dirigista, los concejales del PSOE han mostrado su mejor cara –lo cual parece una especie de prodigio de Alá–, al criticar la pérdida del "sentido de la realidad" de los populares. Quizá más de un Zerolo debería hacérselo mirar.
Conclusión
Los políticos siguen vendiéndonos la moto de la Europa de las libertades. Mientras creamos que todos sus dislates son propios de la flexibilidad de la democracia, seguiremos tragando y padeciendo una mayor opresión política.
La Unión Europea es un artificio inútil, un mastodonte que adormece a los empresarios, corrompe a los trabajadores y censura a los elocuentes. Lejos de protegernos de nuestros propios políticos, ha estimulado la reproducción de los liberticidios.
Una sociedad libre no puede reposar sobre estos mimbres; la cesta de canalladas está cada día más repleta. Sólo el capitalismo, la ampliación de nuestra libertad en todos los ámbitos, puede desembarazarnos del cada día más pesado yugo burocrático; sólo en el mercado nuestra libertad no dependerá de la arbitrariedad privilegia de una manada de lobos hambrientos. Mientras tanto, el poder político sigue alimentándose a nuestra costa.