Lo cierto es que cuando se atizó el fuego, las llamas alcanzaron a muchos sectores económicos, y entre ellos al de las tecnologías de la información. Así que algunos de los rescoldos antes referidos sobreviven en este sector, pues los principales fabricantes siguen interesados en el asunto. Todos ellos, se dediquen a ordenadores o routers, a módems ADSL o a teléfonos móviles, tienen en común un repentino y nada espontáneo interés por mostrar su conciencia ecológica, sobre todo en lo referente al ahorro de energía.
Ocurre que si hay algo que caracteriza a las TICs es el bajo consumo energético. Donde los restantes ingenieros usan con facilidad los watios y kilowatios, los informáticos y los telecos no pasan del miliwatio. Con lo que consume una bombilla normal, se pueden mantener 60 líneas ADSL. Las tan temidas antenas de telefonía móvil emiten, desde sus alturas, a 120 watios, cuando cualquier microondas en nuestra protegida cocina supera con facilidad los 1000 watios de consumo. Vamos, que en consumos energéticos, las TICs están varios órdenes de magnitud por debajo de otras tecnologías domésticas e industriales.
Dicho esto, es evidente que todos los consumos se pueden reducir y que siempre es preferible un aparato que consuma menos a igualdad de funcionalidad. Pero esa no es la cuestión: la cuestión es si merece la pena dedicar tantos recursos a este asunto o si sería preferible destinarlos a mejorar la capacidad de las tecnologías móviles o la facilidad de uso de los ordenadores.
No me corresponde a mí esta recomendación, sino al mercado soberano. Y, sin embargo, tengo la sensación de que estos recursos se están dedicando a las TICs "verdes", pese a la indiferencia del mercado, y con el único interés de quedar bien ante la clase política, capaz con sus sugerencias de canalizar los recursos escasos incluso hacia los lugares más inesperados.
Tarde o temprano, el experimento mostrará sus resultados. Entonces sabremos si las inversiones en innovación para ahorrarse unos miliwatios y poder poner un sellito en el aparato eran de verdad razonables. Porque, en el mercado libre en que a ellos les toca competir, no podrán recuperar estas inversiones a menos que el consumidor final consideré que, realmente, ese ahorro energético tiene valor. Sí, el mismo consumidor que se deja la tele y la luz encendida y el portátil abierto encima de la mesa es el que tiene que sancionar con su dinero ese incremento de utilidad.
Lo cual nos lleva, por supuesto, al verdadero problema en todo esto: la regulación de precios de la energía, y no el patético ahorro de consumo que se pueda conseguir en una línea ADSL tras dos años de investigación.