El planteamiento de "La Tercera España", título más evocador que descriptivo, es prometedor. Robles reparte azotes entre la izquierda y la derecha a cuenta de las incoherencias en que caen ambas, y luego afirma: "Las ideologías no sólo se han desfigurado, también han perdido capacidad de comprender y abordar la complejidad del mundo actual".
Como quiera que en política no hay novedad sin pasado, Robles quiere asentar la nueva izquierda sobre el "pensamiento ilustrado" para "recuperar de nuevo la idea de progreso". Desde luego, ese instrumento le será eficaz, o al menos necesario, a la hora de combatir a la hidra nacionalista y sus muchas cabezas ("derechos históricos", "construcción nacional", "independencia"…). Robles da por buenos los dos pilares en que quiere basar su edificio ideológico: izquierda y liberalismo, lo cual no sorprenderá al lector de Libertad Digital; pero condena lo que considera los "subproductos" de ambas, algo así como sus borrosas y cambiantes sombras, si es que pretendemos servirnos de la célebre metáfora platónica.
Robles no se conforma con los subproductos de marras, el comunismo y el "capitalismo darwinista", sino que, como Platón, pretende alcanzar las ideas puras, en este caso la izquierda y el liberalismo, y crear con ellas una síntesis que se llamará como las columnas que publica en esta Casa: izquierda liberal. Pero, lamentablemente, cuando se pone manos a la obra parece verse superado por los susodichos subproductos.
Por lo que se refiere al comunismo, le adjudica cierta superioridad moral. No por su práctica, que condena sin paliativos, sino por lo que significa o significó: el intento de hacer realidad los ideales de la izquierda; o sea, "la idea de progreso, de ilustración, de justicia social, y de la misma libertad, entendida como fruto de la igualdad de oportunidades". El comunismo, dice Robles, produjo "un insoportable sufrimiento en nombre de ideales hermosos". ¿Por qué? Él mismo ofrece una respuesta: "El control del poder por parte del comunismo solía venir precedido de buenas intenciones, pero a medida que se aposentaba en él y extendía su influencia a todos los estamentos sociales se convertía en totalitario".
Como es bien sabido, la historia del comunismo está ligada a la de los crímenes más inhumanos y sistemáticos: el democidio, el exterminio, la aniquilación de clases enteras… Si ésa ha sido invariablemente su hoja de servicios, no me parece fuera de lugar pedir que se argumente por qué sus objetivos eran loables o moralmente aceptables. ¿Cuáles fueron las buenas intenciones de Lenin, Stalin, Ho Chi Mihn, Mao o Pol Pot? ¿Cuáles son las de Fidel Castro y Kim Jong Il?
No niego que el principal ideal del comunismo fuera la igualdad material; en cambio, rechazo frontalmente que ésta sea un objetivo moral o bueno, en sentido alguno. Es más, dado que la sociedad libre no hace sino producir diversidad y desigualdad, y que la igualación sólo puede darse cuando media la fuerza, sostengo que la igualdad y el terror son dos caras de una moneda acuñada por el socialismo o la izquierda.
Tampoco acierta Robles cuando se ocupa del capitalismo. Para empezar, no se trata de un sistema político o ideológico. El capitalismo no ha sido creado o ideado por nadie, ni es la plasmación de un proyecto determinado. Es el fruto del libre desarrollo de las sociedades, fruto que ha sido analizado e incluso ensalzado por ciertos autores. Por otra parte, Robles le supone una teleología a la que es por completo ajeno. El capitalismo no ha despreciado nada ni renunciado a nada ni mostrado inteligencia ante tal o cual tesitura histórica: el autor de "La Tercera España" cae aquí en el antropomorfismo y atribuye al capitalismo, esa complejísima red de relaciones, un propósito, una conciencia, una unidad que en absoluto le corresponden. Las sociedades abiertas carecen de propósito: son los individuos que las habitan quienes tienen fines y motivaciones; por cierto, muy diversos, o incluso contrapuestos.
"El espíritu del comunismo nació de un afán de justicia social; el del capitalismo, de la avaricia humana". De nuevo marra Robles. Porque lo característico del capitalismo no es la avaricia, ni el egoísmo, sino la concurrencia de los fines, las necesidades, los sueños de cada persona. El motor de la acción no tiene por qué ser egoísta; de hecho, sólo tenemos que hacer un pequeño ejercicio de introspección, u observar a las personas que conocemos, para comprobar que el interés propio no tiene por qué ser egoísta. Por otra parte, cabe recordar que el comunismo jamás logró acabar con el interés propio ni con los propósitos personales, por más que los reprimiera con saña.
En otro orden de cosas, Robles tiene unas ideas sobre la economía abierta con las que no coincido, pero no les prestaré mayor atención aquí. Por ejemplo, ésa de que los beneficios son consecuencia de la explotación –bien del factor trabajo, bien de los recursos–, ya de sobra derrotada por la razón. O ésa de que las mejoras en las condiciones económicas y laborales de los trabajadores se han conseguido a costa del capitalismo: se trata de una idea bien extraña, si nos paramos a pensar en que dichas mejoras sólo se han experimentado en países básicamente capitalistas. Pero, repito, no les prestaré mayor atención. Me parece más interesante ver qué hace Robles con los mimbres con que pretende tejer el cesto de la izquierda liberal.
Robles busca una combinación virtuosa entre la izquierda y el liberalismo, algo que, como planteamiento, resulta francamente atractivo. "Si aplicamos esta filosofía a la España actual, podría ser una oportunidad para superar el sectarismo de ambas Españas y, de paso, sintetizarlas en una sincrética Tercera España llena de contrastes, pero ninguno excluyente". Sí, no se apuren, pueden decirlo: lo que está proponiendo Robles se parece mucho a la socialdemocracia. Es más: es la socialdemocracia.
No obstante, luego hace un movimiento que podría haber desembocado en una propuesta a la vez audaz y verdadera. El razonamiento ya se adivina cuando dice de la derecha española: "Es muy liberal en economía [favor que le hace], pero su liberalismo político sólo es coyuntural y su liberalismo moral, nulo". "Por el contrario", anota unas líneas más abajo, "la poca o nula capacidad liberal de la izquierda en economía se compensa con una mentalidad abierta en el liberalismo moral" (el favor, aquí, se lo hace a la izquierda). Ergo… lo que nos va a proponer Robles, de lo que habla cuando habla de la "izquierda liberal", es una izquierda que lo sea verdaderamente tanto en el plano moral (ya saben, capaz de tolerar otras formas de pensar, como la de la Iglesia) como en el económico.
¿Estamos a las puertas de ver una izquierda que deseche la quimera de la igualdad material y abrace los ideales liberales de libertad e igualdad ante la ley, que celebre el progreso y lo prescriba para todos, sin hacer de la envidia un argumento político, ni de la riqueza otra cosa que motivo de celebración? Pues no. De lo que se trata, dice Robles, es de "compaginar el liberalismo moral y la justicia distributiva de la izquierda con la capacidad productiva y la libertad individual del liberalismo". Éstos serían los "pilares básicos" de la "Tercera España" por la que aboga Robles.
Suerte.