George W. Bush ha nombrado a Paul Wolfowitz nuevo director del Banco Mundial. Toda una bofetada neoconservadora a la corrección política, aunque ésta no sea más que un efecto secundario, quién sabe si deseado por el propio Bush. Wolfowitz es el cargo de mayor rango ocupado en la Casa Blanca por un neoconservador, y el número tres en la lista de más odiados por la progresía mundial, después del ocupante del despacho oval, Belcebú para los desafectos, y de Donald Rumsfeld.
La significación del nombramiento de Wolfowitz es muy clara y concuerda con los dos puntos esenciales del pensamiento neoconservador, y que a su vez son los más valiosos: la displicencia ante el statu quo y la fe en la fuerza transformadora de la libertad. El nombramiento del hasta ahora secretario adjunto de Defensa de los Estados Unidos ni es un premio ni es un retiro dorado. Es un nuevo movimiento estratégico de George W. Bush para favorecer un círculo virtuoso de desarrollo y paz en las áreas más conflictivas del planeta.
Se ha dicho desde las filas del vacío moral que el terrorismo tiene una causa en la pobreza, villanía que se suele combinar con otra también muy común: que la pobreza en el tercer mundo está causada por los países ricos. Un cóctel doblemente perverso que sirve a cierta izquierda para justificar en grado diverso según quien hable los actos terroristas, presentándolos como mecánica excrecencia de la pobreza, y para señalar como verdaderos culpables a las víctimas de éstos. La realidad es seguramente muy otra. Terrorismo y pobreza tienen orígenes comunes, aunque no sean todos los mismos. Entre los que comparten está la lucha desde los gobiernos contra las oportunidades de desarrollo económico de los ciudadanos, ejerciendo sobre sus vidas un control que les impide ofrecer lo mejor de que son capaces, e intercambiarlo en el mercado por otros productos. Es la falta de oportunidades, no la mera carencia de bienes materiales, la que alimenta la desesperación.
El elemento exclusivo del terrorismo es la ideología que se cree con derecho a exterminar al vecino por no compartir tus creencias. Ese es el detonante de la desesperación, que comparten los creyentes en la yihad y los creyentes en que otro mundo no sólo es posible, sino que se debe imponer.
Hay que luchar contra esas ideologías. Pero también hay que luchar porque los gobiernos abran la mano con que ahogan el desarrollo económico. La prosperidad permite encontrar satisfacciones en lo más mundano y real. Y el comercio establece relaciones beneficiosas entre desconocidos, enseñando que la diversidad no tiene porqué ser fruto de conflicto. Lo que tiene en mente el nuevo director del Banco Mundial es sentar las bases para ese desarrollo, para ampliar el comercio, que asiente sobre bases sólidas la paz. Wolfowitz sabe que la democracia es más que el depósito periódico de papeletas en las urnas, y que está erigida sobre el Estado de Derecho, la propiedad privada, y la libertad, que son las condiciones necesarias para el desarrollo económico.
El problema es que mucho tendría que cambiar el Banco Mundial para que resulte útil. El Banco Mundial está concebido para hacer llegar fondos de los países ricos a los más pobres para favorecer el desarrollo, pero como en el caso del FMI los préstamos favorecen no los comportamientos económicamente más sanos, sino los orientados a conseguir nuevos préstamos. El Banco Mundial, si ha de servir de algo, debe ser una guía para la transición a economías liberales y abiertas. Si el nuevo director de la institución es capaz de marcar un camino que oriente el desarrollo hacia la libertad, esa fuerza transformadora, habrá hecho una contribución de primer orden también a la extensión de la paz.