La crisis que vive España, con su identidad convertida en tabú, los nacionalismos exacerbados y los odios rociados con gasolina tiene nombres y apellidos. La acotan fechas y lugares. Responde a un propósito, a una estrategia y a una ejecutoria.
Su principal instrumento es el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Ha recuperado a las dos Españas y los viejos enfrentamientos, con todas sus categorías. La derecha no tiene derecho a acceder al poder y cuando llega lo ejerce de forma ilegítima. La Iglesia debe quedar proscrita de cualquier actuación del Estado, que por otro lado ha de convertirse en un instrumento de transformación social. Para librar ambas batallas el socialismo se alía con los nacionalismos, que a su vez le ayudarán a romper otro sentimiento compartido: el de pertenecer a una misma nación. España es una abstracción. Por eso en época de Franco "no había españoles", según dijo Zapatero, y por eso su patria "es la libertad"; la suya, se entiende, para hacer de los españoles meros peones en sus ensoñaciones de transformación social.
No es que este proceso no se pudiera atisbar desde muy pronto. Además Zapatero no ha permitido un receso a su política, y desde el aislamiento internacional hasta la memoria histórica pasando por la negociación con ETA ha ido siempre en la misma dirección. ¿Hasta dónde se plantea llegar? Como no se espabile el PP, no lo sabremos hasta la próxima legislatura, pero él no va a dar un paso atrás.
En estas circunstancias la cuestión es otra. Si los españoles no le desalojan del poder, ¿hasta dónde le permitirán llegar los ciudadanos y las instituciones? Digámoslo claro: ¿hasta dónde le va a permitir llegar el Rey? ¿Qué le impide dejar claro ante los españoles que hay límites que no va a permitir que se crucen? ¿A qué tiene miedo, si contaría con el refrendo mayoritario de los ciudadanos? No voy a especular con las respuestas. Pero esta deriva puede llegar a un punto de no retorno en el cual un llamamiento a la dignidad de las instituciones, cuando ésta haya sido barrida por las hordas intelectuales y mediáticas social-nacionalistas, sea completamente inútil. Y la última de las instituciones, o la primera, acabará por convertirse en un estorbo meramente temporal.