El efecto Caldera ha multiplicado el problema de la inmigración en nuestro país. Pero da igual. No pasa nada. Zapatero, King Africa, que ya ha enviado a sus virreyes De la Vega, Moratinos y Rubalcaba a enseñarles cómo se gobierna desde las ideas de progreso, ya adelantó la solución: una buena ración de Alianza de Civilizaciones.
Lo que necesitan los países africanos, los pobres, que no saben, africanos que son, es un poco de dinero. Esto de reengancharse al comercio internacional, permitir la libre iniciativa individual, dotar de instituciones que reconozcan y respeten a las personas y sus propiedades parece que está bien para nosotros. Pero ¿los africanos? El progresismo, que encarna en toda su potencialidad nuestro preclaro Zapatero, no cree que ellos estén preparados para salir adelante por sí mismos. Qué mejor que una buena partida de ayuda al desarrollo. Claro, que, cosas del destino, las ayudas tienen un extraño efecto boomerang que hace que parte del dinero que va de Europa a África vuelva otra vez al viejo continente, aunque ahora a cuentas bancarias en Suiza. Un misterio que en su momento nos explicará el evangelista del progresismo planetario, Fidel Vladimir el Exegeta.
Como algo se les cae del bolsillo a las camarillas que tienen tantos países africanos por gobiernos, otra parte de las ayudas se hunden en los campos y ciudades de destino, para no saberse más de ellas. Y es que para convertir la renta en riqueza hace falta invertir, y para ello tener la seguridad de que todo el provecho que le saque uno a su inversión no desaparecerá por arte de birlibirloque. Pero no importa; nada importa. Pobres del mundo, uníos en España, que King África os ha prometido papeles.
El capitalismo iguala productividad y salarios. Y lo hace por dos caminos. Uno de ellos es llevando el capital a donde están los trabajadores, lo que algunos llaman deslocalización. Otro es trayéndolos a donde está el capital: la emigración. Con el primero va la riqueza y el conocimiento creados en otra parte del mundo, y con la segunda, la persona. Con toda su riqueza y con todas sus cargas. Si no queremos que la emigración se convierta en un proceso desordenado, caótico, inmanejable, inasumible para las sociedades de acogida, necesitamos una política un poco más inteligente que prometer papeles para todos y contribuir de verdad, con más y mejor capitalismo, no con dádivas, al desarrollo de los más pobres.